martes, 23 de abril de 2019

El futuro es el mismo para todos


Escribir sonetos en la poesía de hoy es una rareza. Dicen los poetas que está pasado de moda, y es que, ajustarse a las exigencias técnicas a las que obliga el soneto clásico, requiere de una madurez y de un constante esfuerzo que no todos los que escriben poesía logran salir airosos de tamaño empeño. El soneto es como la piedra angular en la que descansa gran parte de nuestra poesía desde que Boscán y Garcilaso lo introdujeran con éxito en nuestra literatura bajo el soplo influyente de Petrarca. Lo han cultivado con solvencia poetas contemporáneos tan dispares como Gerardo Diego, Rafael Alberti, Lorca, Miguel Hernández con su libro El rayo que no cesa, y en las obras de la generación de la posguerra hasta Blas de Otero, Ángel González o Carlos Edmundo de Ory que lo hicieron con fervor y espíritu renovado.

Hoy traemos a esta bitácora de lecturas el último libro del poeta y traductor Juan José Vélez Otero (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1957), Pasmo (Valparaiso, 2019), con prólogo de Luis Alberto de Cuenca en el que nos confiesa que contiene “cuarenta y cinco sonetos de forja impecable, sin una sola alteración silábica ni rítmica. Una de esas escasas series de sonetos a los que no puede ponerse pega formal alguna”. Que lo diga un poeta como él, que también ha practicado con notoriedad esta variante rítmica, pone en alza la arquitectura del poemario y su valía.

En ese desafío compositivo, Vélez Otero ha querido reconducir su modo de percibir el mundo acotándolo en una partitura en la que su pauta rítmica se despliegue bajo el endecasílabo para mayor significancia y brillo. Cada poeta tiene un recorrido propio y, aunque los recorridos son infinitos, el lector percibe que este libro del poeta gaditano encuentra esa forma particular de manifestar su vivencia personal de la realidad que le inquieta en un conjunto poético en el que el formato elegido, se adecua a ese ritmo deseado y persuasivo que encaje palabra con palabra y enlace sonido con sonido, y alumbrar con maestría el soneto capaz de trasmitir lo indecible.

El libro viene dividido en tres secciones. En la primera, que consta de catorce sonetos, el poeta nos habla desde la madurez y nos va mostrando las consecuencias del paso del tiempo: “Murió la vida y anda entre reflejos / buscando explicación inexplicable; / vivió la muerte, deuda inacabable, / saludando a la dicha desde lejos”. Y amplía en los versos que siguen: “Este hombre sin dónde ni sin cuándo, / extranjero en sí mismo y de la vida, / anda mordido, sin saber, buscando / al otro que perdió.” Y en otro pasaje el sujeto lírico reflexiona: “... la ciudad / ha cambiado; también yo con la edad / veo todo más triste y amarillo.” Y como consecuencia, alimentan su quehacer poético la pérdida de la ilusión, la desesperanza: “Hundidos los cimientos, no sostengo / ni porvenir ni ayer, y en el presente / se me pudre la historia, la simiente / de la ilusión que tuve y ya no tengo.”

En la segunda parte los sonetos miran más a los placeres cotidianos y sus paradojas, al amor, el desamor, el malestar de una gripe, el gozo de oír música, la soledad: “Me gustas como el aire, como el vino, / lo mismo que me gustan los pasteles...” Podríamos decir que el sujeto poético se convierte en algo más carnal, más humano: “Ah, de tu boca, amor, y no respondes / ah, de tu boca roja rosa esquiva...” La edad que todo lo muda inexorablemente: “Perdí mi tren y tengo ya cincuenta / cincuenta primaveras bien cumplidas; /.../ El chicle de mi edad no sabe a menta, / más bien sabe a alcanfor. /.../ La luz de la ilusión duerme al sereno; / también te fuiste tú. No me dejaste / ni un vaso en que beberme mi veneno.” Aquí la ironía es un arma de la que se valen sus versos para mostrarnos un alejamiento que le permite distanciarse de sus tribulaciones.

En la tercera parte resuena ese pulsar del tiempo: “Tic-tac, tic-tac, tic-tac, era la vida...”, en el que está presente el desengaño, pero también los gozos de una infancia que se fue con sus días felices. El sujeto lírico se siente perdido y se busca, pero no encuentra respuestas a la sinrazón de la vida y le pregunta a dios: “¿Y a Ti quién te pidió que me nacieras?” para decir más adelante: “Estás, no des más vueltas atrapado, / no existe solución, eres humano.” En esta parte el poeta recurre a la contemplación de algunas fotos de otras épocas de su vida pasada para contrastar aquellos momentos que congeló la imagen con la cruda realidad del momento en que vive. En esta ocasión su decir es más existencialista, ha perdido, en cierta medida, el tono irónico que le servía como máscara y se acerca de frente a una verdad con la que no está de acuerdo, pero que asume como inevitable y, a su vez, le permite sobrellevar su día a día.

Pasmo en su conjunto es un poemario muy humano y nada condescendiente ni apacible. Sus sonetos reverberan crudeza y nostalgia, apelan a la reflexión sin omitir las pérdidas y angosturas de la vida, pero con la dignidad, conciencia y cordura de cincelar una verdad esencial que transcurre por todo el libro: el paso del tiempo, un mismo devenir para todos. Y lo mejor del libro es que nos hace pensar y, al mismo tiempo, se deja leer con gusto, desde esa claridad con que se nos muestra lo sincero, lo abierto a la verdad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario