sábado, 1 de mayo de 2021

Secretos de un lugar

La memoria suele marcar en la piel la huella frágil de alguna verdad. Se podría decir también que la memoria es una suerte de búsqueda civil de la verdad. Y en todos los lugares hay una memoria colectiva que alude a esa verdad secreta que permanece silenciada por algún motivo. Es la literatura, gracias a su capacidad de visualización, la que, en gran medida, construye la memoria del mundo que nos rodea, la que nos nombra e interpela como habitantes de cualquier lugar. Por eso la literatura es un testimonio de la vida y persigue siempre revelar más que mitigar lo callado. Toda narración, por tanto, es una indagación, un artificio en busca de esa meta, la cual no es otra que desvelar una experiencia personal o colectiva, presente o pretérita. Es tarea del escritor salir al mundo a descorrer cortinas para mostrar otra mirada de la realidad, algo sorprendente, algún misterio que pide ser contado.

Los ojos cerrados (Galaxia Gutenberg, 2021) rastrea ese ámbito delimitado por la historia de un lugar y los secretos de sus habitantes. En esta nueva novela, Edurne Portela (Santurce, 1974) nos traslada al imaginario de Pueblo Chico, una aldea de montaña, para bucear en la memoria de un lugar agreste y recóndito que sobrelleva calladamente su historia más reciente, marcada por la guerra civil, una historia que aglutina tanto a víctimas como a verdugos y a testigos silenciosos. En ese mismo enclave, además de Pedro, un anciano distante y misterioso, conviven otros personajes singulares de los que se nos cuentan pasajes de sus vidas presentes, intercalados con otros más oscuros del pasado.

Todo lo que vamos a saber nos viene inducido por la voz detonante de Ariadna, una joven escritora que acaba de perder a su padre y llega al pueblo con su pareja a instalarse, sin más motivo que apartarse un poco del mundanal ruido, darse un respiro y, al mismo tiempo, con la mirada y los oídos bien atentos para recordar su infancia y, como no, para saber todo lo necesario sobre la vecindad y la relación de los habitantes del lugar con su familia y entre sí, ya que allí también vivió su padre. Entre ella y Pedro se establecerá una conexión equidistante y misteriosa pendiente de un hilo que, llegado el momento, propiciará un buen motivo para reescribir lo que aún permanece callado en la historia del pueblo. Mientras se produce ese encuentro entre el pasado y el presente que representan ambos y que conformará el eje sobre el que se sustenta la novela, la voz narradora nos desvela que “a Ariadna no le importaría que se le apareciera algún fantasma de esos que habitan la sierra, los desaparecidos de antaño, y le explicaran unas cuantas cosas que ella, por muchas vueltas que le dé, no consigue entender”.

El padre de Ariadna apenas le contó nada de su pasado, de su infancia y adolescencia en Pueblo Chico, y de aquella época tan trágica y violenta que le tocó vivir hace cuarenta años. Una vez allí, no le queda otra que indagar a través de los personajes que van apareciendo en escena el pasado de un pueblo que, si bien ha marcado el semblante de muchos de los vecinos, sin embargo, a medida que transcurre el relato se atisba una cierta posibilidad de esperanza, la que muchos de ellos claman por aceptar la memoria en la que se esconde el silencio, la vergüenza y la culpa de su historia pasada. Piensa ella que hay motivos suficientes para la reconciliación y para entender lo que su progenitor nunca quiso revelarle.

En Los ojos cerrados nos encontramos con un relato de prosa sencilla e incisiva en el que se entrelazan dos voces narrativas, una en primera persona que cuenta hechos acaecidos en el pasado y otra voz en tercera persona que ofrece todo lo que le acontece a Ariadna en el presente mientras se va relacionando con esos mismos vecinos que siguen sujetos y agazapados a esa parte sombría de la historia viva de Puerto Chico. Los personajes de esta novela mueven sus silencios cotidianos en un ámbito de soledades compartidas, en complicidad con la niebla compañera del lugar. Esta historia imaginada, como apunta su autora al concluirla, “bien pudiera haber ocurrido en cualquier pequeño pueblo de nuestra España desmemoriada”.

Portela firma una novela escabrosa e intensa, de lectura ágil, en la que, conforme avanza su narración, la atmósfera se expande sigilosamente tomando la delantera, creando una dosis más de suspense y tensión al relato, sumando su protagonismo al misterio de los personajes. Ahí está lo más sugerente del libro, en ese aire consentido que transita por todo el texto, un recurso bien urdido para romper con ese mundo cerrado y todos sus secretos.


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