El microrrelato conforma ese espacio de literatura cuántica, podríamos decir, en el que la hiperbrevedad y narratividad se ajustan al máximo. Es decir, en el microrrelato, el empleo de la síntesis y de la elipsis es tan determinante como fundamental. Respecto al cuento, más que hablarse de una diferencia cuantitativa, habría que hablar de su diferencia cualitativa, de sus rasgos formales, como son: la ausencia de complejidad estructural, la mínima caracterización de los personajes, la condensación temporal y espacial, la importancia del título. Todo ello encaminado a reducir el texto a su mínima expresión.
Son estos ingredientes discursivos de los que participa Un koala en el armario, de Ginés S. Cutillas (Valencia,1973), un referente de todo lo que tiene de depuración y de quintaesencia el género y que, merecidamente, vuelve a publicarse, después de años descatalogado, rescatado por Pre-Textos. Una muestra más del interés y de la vitalidad que el microrrelato sigue teniendo en nuestra literatura, tanto por su diversidad, como por el gusto por el experimento y lirismo bien medido.
Un koala en el armario reúne cincuenta y dos minicuentos donde, en un entorno generalmente fantástico en el que no faltan lo insólito, la perplejidad, los laberintos de lo cotidiano, lo inexplicable, los espectros o el estallido imprevisto de una aparición, cada uno de ellos al servicio de una trama paradójica y sorprendente con la que captar las extrañezas de la realidad inmediata. La intención de Cutillas es abarcar un amplio abanico de situaciones intensas, ingeniosas y sugerentes. Para llevar a cabo su propósito, se vale mayormente de un narrador en primera persona que no cambia de tono, por extraño que sea lo que nos está contando, un artificio que ayuda a que el lector acepte con naturalidad contenida lo que el narrador se propone: sorprendernos.
Hay momentos, como ocurre con el relato que pone título al libro, que cruzamos la frontera entre lo posible y lo imposible, un rasgo característico en la mayoría de sus historias, consiguiendo que el lector no salga de su asombro. Esa extrañeza inherente en ellas da cabida a un sinfín de sensaciones y perplejidades. Por ejemplo, en el microrrelato Marcha atrás, una evocación bíblica, el lector pasa de reírse a contemporizarse. En otro titulado Las manos, es inevitable no sentir un escalofrío ante la cruda realidad. En Una historia doméstica, en Mascarada o Los mutilados quedamos atrapados por la lógica y el estremecimiento que encierran sus historias.
Asistimos, en medio de una fecunda invención de escenarios, a la recurrente aparición de lo inexplicable en la normalidad cotidiana, unas veces de forma inesperada y bien tratada con humor y otras bajo un ingenioso titubeo. En cada pasaje o historia somos testigos de desdoblamientos, reflejos, dislocaciones del espacio y el tiempo, y toda una suerte de extrañas conexiones entre la vigilia y el sueño, entre la rutina y lo excepcional, entre lo real y lo imaginario. Son historias que zarandean y pellizcan el lado recóndito de sus protagonistas mostrando aspectos insólitos de sus vidas.
Desde ese lado es donde nace la perplejidad de la que se vale Cutillas para contarnos todo un universo disímil, fijándolo en el espacio y en el tiempo con un conjunto de historias mínimas que, en su brevedad, no rehúyen del resorte de lo que acontece en un momento del día, ni de la vacilación inusitada del narrador, ni de su descreimiento, porque en todo su devenir fantástico no solo se pone en duda la realidad palpable, esa que el ojo percibe vagamente, sino que trasciende a otro enfoque distinto e increíblemente veraz cuando la invención la empuja, con aparente naturalidad, a lo que pudiera haber sido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario