Del
escritor Juan José Arreola había leído algún cuento
esporádico, pero desconocía por completo su obra. Tras la lectura
de Confabulario, reeditado por RBA
(un sello editorial que está decidido a recuperar clásicos
contemporáneos de la literatura americana, para mayor gozo de sus lectores), siento haberme adentrado en una de las obras más
vanguardistas referida al cuento de la mitad del siglo pasado.
Juan
José Arreola (Zapotlán el Grande, 1918- Guadalajara, 2001), es un
clásico del cuento, de “ilimitada imaginación y lúcida
inteligencia”, en palabras de su admirado Borges, que
reúne en Confabulario,
publicado en 1952, lo mejor de su escritura. Un libro
esencial que contiene piezas memorables como: “Parábola del
trueque”, “El prodigioso miligramo”, “La
migala” o “Un pacto con el diablo”. Son veintiocho
cuentos, escritos en un español sin apenas influencias de giros
mexicanos, elaborados por medio de frases concisas y cuidadas, impregnadas de ironía y sarcasmo, sin ninguna conexión entre ellos,
pero que reflejan la amplitud del mundo vivido por el escritor
mexicano. Arreola se había formado en Francia y, a diferencia
de otros autores de su época, creó un universo más cosmopolita,
con menos apego a la tierra donde nació. Su escritura es culta,
elegante y afilada, teñida de influencias surrealistas. Confabulario
es la cima de su creación literaria. Aquí se descubre al
escritor jalisqueño en su pleno apogeo. Su obra exige un lector para
hacerle pensar, para obligarle a resolver las incógnitas narradas,
pero, a su vez, logra gratificarle siempre, desde el arranque magnético
de sus cuentos hasta empujarle a sucumbir en un final magistral.
Juan
José Arreola no disimula su desdén hacia la gramática enredosa
para reafirmarse en transmitir la pasión por la literatura que él
había aprendido de pequeño por boca de su abuela, y apostar por la
sabiduría del pueblo llano que habla de espaldas a las normas
gramaticales y alejado de las pompas académicas. Se jactaba de haber
ejercido más de veinte oficios, y el don del diálogo decía haberlo
aprendido en sus papeles interpretativos en el cine y la televisión.
Nada le resultaba difícil, hasta que todo dio un giro en su vida
cuando pasó por los talleres de una imprenta. Allí fue acogido,
gracias a un amigo, como filólogo y gramático, que no lo era.
Durante tres años estuvo corrigiendo pruebas de imprenta y
traducciones, hasta que le llegó su turno de figurar en el catálogo
de autores. Esto es lo que cuenta en las primeras páginas de
Confabulario, bajo el título “De memoria y
olvido”: “Procedo en línea recta de dos antiquísimos
linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título
paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje”. Y más
adelante afirma orgulloso: "Soy autodidacto, es cierto. Pero a
los doce años leí a Baudelaire a Whitman
y a los fundadores de mi estilo: Papini y Marcel
Schwob...” Y concluye con esta confesión: “No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero
he dedicado todas las horas posibles para amarla”.
Arreola
fue un polifacético que convirtió su vida en literatura, con una
imaginación poderosa y corrosiva, heredero de la estética
vanguardista y extraordinario dominador del microrrelato. Para él,
el cuento es el origen de todo, porque el cuento libera pronto al
autor de la red y eso le hace salir más rápidamente del trance
maravilloso de la inspiración. Fue un entusiasta promotor de
talleres literarios. No había más interés para él que apoyar
nuevas promesas en el oficio que más amó: la escritura.
Confabulario
es un libro gozoso e intemporal, que seguirá reeditándose
indefinidamente, cargado de irónica simbología, que se disfruta
plenamente y constata que, cuando un libro es bueno, su precio es una
ganga y su lectura, una ganancia segura.
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