Dice
Benjamín Prado que para el verano lo mejor es llevar el
pelo corto y las novelas largas. Así que con este consejo me
predispuse a pasar por la peluquería y adentrarme en una propuesta
literaria un tanto arriesgada: la lectura de La verdad sobre el
caso Harry Quebert, de Joël Dicker (Suiza, 1985),
editado por Alfaguara. La novela del joven suizo tiene todos
los ingredientes necesarios para ser un bestseller: tiene
misterio, tiene un crimen por resolver, tiene un personaje ambiguo,
Harry Quebert, un profesor famoso norteamericano al que acusan de
haber asesinado hace muchos años a una adolescente con la que
mantuvo una relación ilícita, por la edad de la chica. Y a partir
de ahí, su discípulo, Marcus Goldman, será el investigador y
escritor del caso.
La
verdad sobre el caso Harry Quebert es un libro contado por
dos escritores, donde el maestro y el alumno hablan con frecuencia
del oficio de escribir, de las cualidades necesarias para ejercerlo,
de la soledad y el aislamiento que precisa la creación literaria.
Este recurso lo expande Jöel Dicker para que el lector
revalorice el trabajo literario. Dicker ha escrito una novela
con pretensiones literarias, pero estas aspiraciones se constriñen
en la propia filosofía interna del libro, donde por boca de su
protagonista, el profesor Quebert, sentencia que: se escribe para
hacer pasar un buen rato a los lectores. No es el boom que
pregonan sus editores, pero es merecedora de ser elogiada, eso sí,
apartándonos de las comparaciones interesadas sobre Nabokov,
Philip Roth o Larson. Quizás convengamos que, con
respecto al último, convergen en el modus operandi, ya que es
una trama enclavada en el género policiaco.
La
novela se desarrolla en varios planos narrativos: en uno se cuenta la
investigación del joven Marcus Goldman para averiguar quién mató a
Nola, la joven de quince años, hija de un pastor, envuelta en historias dispersas por el
pueblo; en otro se narra la amistad surgida entre la desdichada
adolescente y Harry Quebert, hace diez años; y también, un plano
que se adentra en la propia historia de amor surgida entre el
escritor Quebert y la chica. Los 31 capítulos se presentan
en orden descendente, una cuenta atrás que excita al lector y empuja hasta el desenlace final. Cada uno de ellos se inicia con
epígrafes que sustancian los consejos que Quebert ha dictado a su
pupilo, Marcus Goldman, para llegar a ser un escritor solvente.
Igualmente, dentro de cada capítulo, se interconectan tres tiempos
que van sustentando a la novela: 1975, el año de la desaparición de
la joven Nola, 1998, el año del encuentro en la Universidad entre
Quebert y Goldman, donde se explicita la afición de ambos al boxeo, y, por último,
2008, cuando aparece el cuerpo sin vida de Nola.
A
pesar de que La verdad sobre el caso Harry Quebert
reúne defectos: cursilerías, expresiones tópicas y mucho diálogo
insulso, y, a pesar de que los consejos con que Harry obsequia a Goldman, llenos de ingenuidad, parecen más recetas de auto-ayuda y auto-superación para lectores poco exigentes, pues bien, a pesar de esos desaciertos constatados, la novela
es digna de encomio, es adictiva y atrapa, de tal modo que resulta difícil de abandonar,
sin ser un obstáculo serio sus más de 660 páginas. La trama está bien
tejida y la resolución del misterio sorprende al lector que anda
desconcertado ante tantos sospechosos descartados. Los diálogos de
Marcus con su madre y las escenas protagonizadas del matrimonio Quinn
están repletas de humor y gracia.
Quizás lo arriesgado del libro obedece a las aspiraciones
de Joël Dicker, de acariciar unas pretensiones literarias que, francamente, se le quedan
cortas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario