En
No tan incendiario, un ensayo radical pero
profundamente literario, Marta Sanz viene a reafirmar la
necesidad de seguir escribiendo fábulas, porque lo que de verdad nos
falta son realidades -dice- y es la literatura la que tiene mejores perspectivas de formar la
conciencia para intervenir en el mundo y en la vida privada de las personas. Lo que viene
a contarnos Elvira Navarro
(Huelva, 1978) con su última novela La trabajadora,
editado por Literatura
Random House,
tiene mucho que ver con lo expresado en la cita anterior de la
escritora madrileña. Navarro afronta una historia que hurga
en la conciencia del lector con la puesta en escena del juego del
doble al contar cómo la crisis económica y sus consecuencias
desencadenan un desequilibrio psicológico en dos mujeres que se las apañan compartiendo piso en un barrio modesto del extrarradio
madrileño. La escritora andaluza aprovecha este escenario, que en
buena medida rezuma experiencias propias, y utiliza diferentes
tonalidades lingüísticas para desenmascarar la locura, la
precariedad laboral y económica reinante que dista mucho del
futuro que, según prometieron los líderes políticos, debía ser otra cosa
bien distinta.
Elvira
Navarro se inscribe en esa línea de literatura comprometida por
medio de una historia que asocia lo individual, como vertiente
testimonial, con el contexto socioeconómico de la cruda realidad
existente. La trabajadora es una novela que transita
por la angustia y la alienación en un marco hostil donde la
ciudad es espejo de las voces rotas de sus dos protagonistas. En ese recuadro, la novela y la ciudad que nos describe la narradora se
corresponden.
El
inicio de La trabajadora es un descenso a los infiernos
de Susana, una mujer psicótica y solitaria que trabaja de operadora
en una compañía de telemarketing. Susana cuenta en primera persona
sus peripecias, impulsada por su comportamiento bipolar, en los
contactos mantenidos a través de las páginas de la sección íntima
del periódico local, para satisfacer sus caprichos sexuales
delirantes y sórdidos. Elisa, la protagonista principal y narradora
de la historia, avisa que se ha limitado a poner en negro sobre
blanco lo que su compañera de piso le contó. Sin embargo, Elisa,
que es la más joven de las dos y trabaja de correctora en un grupo
editorial que anda en crisis y se atrasa en los pagos, tiene miedo
de alcanzar la edad de Susana y llegar a ese estado precario de salud
mental. Elisa mira a Susana auscultándola, pero con recelo, porque
en realidad ambas se medican para sobrellevar sus naufragios
mentales. Entre ambas se produce una atracción y rechazo silencioso que les permite compartir el cobijo precario de sus economías.
En suma, La trabajadora es un libro revelador de la crisis socioeconómica de la última década, una novela nada compasiva, a pesar de las zozobras de las vidas de sus
protagonistas. Elvira Navarro renuncia a cualquier ternura que dulcifique el texto para resaltar con ello la radicalidad del ambiente: un cuadro social convulsivo y atiborrado de ansiolíticos, donde muchos pacientes tratan de sobreponerse a sus vidas precarias, amenazadas por la esquizofrenia del momento y al límite de la enajenación.
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