El
único objetivo de la escritura es permitir al lector que disfrute
más de su propia vida, o que la soporte mejor, según la sentencia
de Samuel Johnson, el
hombre de letras más distinguido de la historia inglesa del siglo
XVIII. La escritura, en verdad, entra en nosotros cuando nos da
información sobre nosotros mismos y la realidad que nos rodea en el
momento en el que leemos algo. Los libros repentinos,
hermoso título, de Pablo Gutiérrez
(Huelva, 1978), viene a constatar el espíritu del Dr.
Johnson acerca de la
importancia de estos objetos extraordinarios y animados, como son los
libros, que acuden a nuestro lado para que nos enteremos de lo que
pasa, para entretenernos y para ayudarnos a sobrellevar y manejar
mejor nuestra soledad con la que siempre andamos en eterna compañía.
Para
este joven profesor de instituto, que cuenta ya en su haber con una
producción literaria considerable y con dos novelas anteriores de
muy buena acogida por la crítica y el público, en las que nos
recuerda que la literatura no sirve para lo perentorio y urgente,
pero sí que puede ser un buen remedio y alivio para los
interrogantes y las angustias propias del hecho de vivir. Y así lo
refiere en su libro Nada es crucial
(2010), una historia de formación sentimental de una pareja
aprisionada en un entorno social falso e irrespirable que trata de
buscar sentido a sus vidas. Después, con Democracia
(2012), Gutiérrez
experimenta con una escritura transgresora y radical para tejer una
trama en la que retratar la realidad de una crisis económica y
social que arrastra a la ruina total y a la marginación a sus
verdaderas víctimas: los parados. Y ahora, con su nueva novela, Los
libros repentinos (Seix
Barral, 2015), rescata el amor a los libros a través de su
protagonista, una anciana que vive y transita en el extrarradio de
una ciudad, en un barrio humilde, de casas baratas, atizado por la
exclusión social, que se convierte en un claro escenario de
reminiscencias barojianas, en el que la lucha por la vida es lo único
que da argumento y sentido a la realidad que te toca en suerte.
En
esta novela, el escritor andaluz deja a un lado a los protagonistas
más frecuentes de sus anteriores entregas, jóvenes y adolescentes
marginales, para elegir a una viuda de setenta años, llena de
energía y entusiasmo, Doña
Reme. Esta mujer,
redimida gracias a su encuentro fortuito con los libros, va a ver
cumplido su destino: se despojará de las estrecheces morales propias
de su generación y se convertirá de la noche a la mañana, sin
proponérselo, en una activista social, la líder de una revuelta
junto a Robe,
un joven inconformista que se debate entre salir de la vida inerte y
sin sentido de la gente del barrio o sumirse en la inanición. Sin
embargo, la revolución pintoresca, literaria y pacífica de Reme
se diluye cuando irrumpen en su vida los cabecillas profesionales de
los movimientos sociales que abanderan todas las protestas.
En
Los libros repentinos,
a esta mujer de origen sencillo la vemos, de joven y de anciana, en
un escenario de barrio obrero, donde la vida transcurre sin
alicientes, sin horizontes y, es entonces cuando, aparece un montón
de libros, y estos serán el revulsivo que ha de movilizar las
conciencias dormidas de los habitantes de dicho barrio marginal. A
esta anciana, de carácter inquieto y curiosidad sin límite, los
libros la transforman, la rescatan de su vida anodina y decadente, y
gracias a estas lecturas puede contagiar a sus vecinos de su
inconformismo, esa voluntad de superación rescatada de la tradición
literaria de Galdós,
Clarín, Ortega,
Machado, Buero
Vallejo o Baroja,
sobre todo de este último, por encima del resto, un autor muy
incisivo con la realidad de los menesterosos.
Los
que hayan leído otros libros del autor onubense ya conocen la
particularidad de su estilo, trabajado en ese lenguaje envolvente,
sin retórica, capaz de retorcer la sintaxis, generar neologismos e,
incluso, exponerse voluntariamente a incorrecciones gramaticales.
Para Gutiérrez, el
fondo y la forma en literatura conforman una unidad, un todo que, en
definitiva, justifica la intencionalidad del texto.
Los libros
repentinos es una historia
bien armada, con mucho tinte satírico en su fuero interno y una
buena dosis de intencionalidad política, una novela que clama
justicia y señala abusos y desequilibrios sociales. Pero si hay algo
que destacar, por encima de la denuncia social, es el hecho de que el
texto cabalga hacia algo luminoso y liberador: la literatura. Y ese
es su gran logro. Por tanto, hay todo un alegato palpitante y
deliberado sobre la importancia y el poder de persuasión de los
libros, un homenaje a la literatura, a esa capacidad innegable que
posee, como acto de rebeldía y como bote salvavidas, para
soportarnos y sobrellevar mejor nuestra agitada existencia.
Es
curioso que las novelas que me gustan no dan indicios de ser novelas
y a esta de Pablo
Gutiérrez le ocurre
eso, como a tantas obras de Pío Baroja,
que además de novelas, son crónicas sociales y documentos vívidos,
y es precisamente ahí donde radica toda su fuerza evocativa y su
valor literario. [Reseña núm. 242]
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