lunes, 4 de enero de 2016

Vidas minúsculas

Todos somos hijos de nuestra educación familiar, nuestro entorno y nuestra época. En la ficción narrativa, la voz de la infancia siempre tuvo un lugar especial para el escritor. El personaje infantil añade, incluso, una perspectiva de fragilidad en manos de un autor adulto, hasta el punto de empujar al propio lenguaje y a la imaginación a límites insospechados, a zonas turbias y amorales.

Dice Andrea Jeftanovic (Santiago de Chile, 1970), socióloga y doctora en literatura hispanoamericana, que los niños son seres perturbadores. Todos hemos pasado por esa etapa y, sin embargo, hay todo un agujero negro en torno a esa edad. “Es un periodo –añade la escritora de ascendencia judía– en el que todo se moviliza y está en permanente formación: el cuerpo, los afectos, los valores, la relación con el entorno y los objetos, la acumulación de datos, los sentimientos...” Los niños, como personajes literarios, ofrecen la oportunidad y el misterio de esa ingenuidad difícil de encontrar en los adultos. Son testigos silenciosos que dan mucha fuerza a la narración literaria, sobre todo, en el género breve.

Los once cuentos reunidos en No aceptes caramelos de extraños (Editorial Comba, 2015) indagan precisamente en ese universo particular que conforma el hogar familiar en el que los niños protagonizan historias que por nada del mundo desearíamos que fueran reales, sino que pertenecieran exclusivamente a la ficción. La autora se adentra en la tierna infancia de sus personajes e incorpora a la trama de sus relatos el papel corrosivo y sombrío de los mayores para hacer saltar por los aires los tabúes y los secretos indecibles que guardan las paredes de sus casas.

La familia aparece como el laboratorio fundamental de las interrelaciones entre padres e hijos. En esa célula íntima y primaria también suceden muchas situaciones complejas y realidades subterráneas que se tapan hacia el exterior y se evitan comentar. El libro comienza con un relato embarazoso y transgresor que pone de manifiesto toda esa disputa existente en la sociedad alrededor de estos cuerpos incompletos propios de los niños. Árbol genealógico es una historia incómoda y escabrosa sobre el incesto. En Primogénito surgen también los miedos ancestrales de los celos entre hermanos. En el relato que da título a la obra, No aceptes caramelos de extraños, se narra ese miedo permanente sobre el peligro que acecha a los hijos fuera del hogar, preocupación tan común y al mismo tiempo tan exclusiva de los padres, pero en este caso no será suficiente para que una niña sea secuestrada y el dolor de una madre acabe en la desesperación más atroz. Todos los cuentos van cargados de fuerte intensidad narrativa, desde el inicio hasta el desenlace, reforzado por una coda como síntesis y aliteración de la historia, un recurso muy original y efectista en cualquier caso.

Jeftanovic no da respiro al lector. Cada relato provoca intranquilidad e incertidumbre mientras discurre. Son historias complejas y oscuras sobre la infancia en un clima familiar de aparente normalidad, que traspasan lo políticamente correcto, que socaban en las extrañas mismas de la sociedad y sus instituciones, como si todo el mundo quisiera apoderarse de sus pequeños: la familia, el estado, la religión, el mercado, la escuela... Todos parecen mostrar su interés por intervenir en el futuro de estos seres frágiles expuestos al peligro exterior más allá del hogar. Todos saben lo que conviene a un niño, pero la realidad es que casi nadie les presta el cariño y la atención debida, como ya se advierte en el arranque del libro con una cita de Simona Vinci: “Es curioso, aunque conozcamos los mínimos detalles de un cuerpo, nunca, nunca poseemos el secreto de quien lo habita”.

Los personajes que transitan por las páginas de este libro viven allí donde lo reservado e íntimo confluyen con lo público, el amor con el deseo insano, la pertenencia con el sometimiento y los padres con el destino de sus hijos. Casi todos los cuentos tienen un narrador testigo, con ello, Andrea Jeftanovic pone en trance al lector, desafía su conciencia, sobre todo en el plano moral, a través de esta voz punzante en primera persona, con una prosa directa, sin artificios, mostrando el lado oscuro del hogar y sus habitantes.

No aceptes caramelos de extraños es un libro inteligente, profundo e intencionado que rompe el orden establecido. Aunque las historias son independientes unas de otras, todas guardan un nexo común que las entrelaza y las convierte en un universo cercano, duro y complejo. La familia, esa unidad concebida como emplazamiento propicio de protección y desarrollo de sus miembros, puede convertirse en el lugar más inquietante en el que las apariencias engañan.

Cuando recordemos la experiencia de la lectura de estas estupendas piezas literarias, nos vendrá a la memoria un despliegue continuo de imágenes sobre las vidas minúsculas de niños al pairo de la voluntad caprichosa de sus seres queridos; sentiremos estupor y, al mismo tiempo, desasosiego. 


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