Todos
somos hijos de nuestra educación familiar, nuestro entorno y nuestra
época. En la ficción narrativa, la voz de la infancia siempre tuvo
un lugar especial para el escritor. El personaje infantil añade,
incluso, una perspectiva de fragilidad en manos de un autor adulto,
hasta el punto de empujar al propio lenguaje y a la imaginación a
límites insospechados, a zonas turbias y amorales.
Dice
Andrea Jeftanovic
(Santiago de Chile, 1970), socióloga y doctora en literatura
hispanoamericana, que los niños son seres perturbadores. Todos hemos
pasado por esa etapa y, sin embargo, hay todo un agujero negro en
torno a esa edad. “Es un periodo –añade la escritora de
ascendencia judía– en el que todo se moviliza y está en
permanente formación: el cuerpo, los afectos, los valores, la
relación con el entorno y los objetos, la acumulación de datos, los
sentimientos...” Los niños, como personajes literarios, ofrecen la
oportunidad y el misterio de esa ingenuidad difícil de encontrar en
los adultos. Son testigos silenciosos que dan mucha fuerza a la
narración literaria, sobre todo, en el género breve.
Los
once cuentos reunidos en No aceptes caramelos de
extraños (Editorial Comba,
2015) indagan precisamente en ese universo particular que conforma el
hogar familiar en el que los niños protagonizan historias que por
nada del mundo desearíamos que fueran reales, sino que pertenecieran
exclusivamente a la ficción. La autora se adentra en la tierna
infancia de sus personajes e incorpora a la trama de sus relatos el
papel corrosivo y sombrío de los mayores para hacer saltar por los
aires los tabúes y los secretos indecibles que guardan las paredes
de sus casas.
La
familia aparece como el laboratorio fundamental de las
interrelaciones entre padres e hijos. En esa célula íntima y
primaria también suceden muchas situaciones complejas y realidades
subterráneas que se tapan hacia el exterior y se evitan comentar. El
libro comienza con un relato embarazoso y transgresor que pone de
manifiesto toda esa disputa existente en la sociedad alrededor de
estos cuerpos incompletos propios de los niños. Árbol
genealógico es una
historia incómoda y escabrosa sobre el incesto. En Primogénito
surgen también los miedos ancestrales de los celos entre hermanos.
En el relato que da título a la obra, No
aceptes caramelos de extraños,
se narra ese miedo permanente sobre el peligro que acecha a los hijos
fuera del hogar, preocupación tan común y al mismo tiempo tan
exclusiva de los padres, pero en este caso no será suficiente para
que una niña sea secuestrada y el dolor de una madre acabe en la
desesperación más atroz. Todos los cuentos van cargados de fuerte
intensidad narrativa, desde el inicio hasta el desenlace, reforzado
por una coda como síntesis y aliteración de la historia, un recurso
muy original y efectista en cualquier caso.
Jeftanovic
no da respiro al lector. Cada relato provoca intranquilidad e
incertidumbre mientras discurre. Son historias complejas y oscuras
sobre la infancia en un clima familiar de aparente normalidad, que
traspasan lo políticamente correcto, que socaban en las extrañas
mismas de la sociedad y sus instituciones, como si todo el mundo
quisiera apoderarse de sus pequeños: la familia, el
estado, la religión, el mercado, la escuela... Todos parecen mostrar
su interés por intervenir en el futuro de estos seres frágiles
expuestos al peligro exterior más allá del hogar. Todos saben lo
que conviene a un niño, pero la realidad es que casi nadie les
presta el cariño y la atención debida, como ya se advierte en el
arranque del libro con una cita de Simona Vinci:
“Es curioso, aunque conozcamos los mínimos detalles de un cuerpo,
nunca, nunca poseemos el secreto de quien lo habita”.
Los
personajes que transitan por las páginas de este libro viven allí
donde lo reservado e íntimo confluyen con lo público, el amor con
el deseo insano, la pertenencia con el sometimiento y los padres con
el destino de sus hijos. Casi todos los cuentos tienen un narrador
testigo, con ello, Andrea Jeftanovic
pone en trance al lector, desafía su conciencia, sobre todo en el
plano moral, a través de esta voz punzante en primera persona, con
una prosa directa, sin artificios, mostrando el lado oscuro del hogar
y sus habitantes.
No aceptes
caramelos de extraños es
un libro inteligente, profundo e intencionado que rompe el orden
establecido. Aunque las historias son independientes unas de otras,
todas guardan un nexo común que las entrelaza y las convierte en un
universo cercano, duro y complejo. La familia, esa unidad concebida
como emplazamiento propicio de protección y desarrollo de sus
miembros, puede convertirse en el lugar más inquietante en el que
las apariencias engañan.
Cuando
recordemos la experiencia de la lectura de estas estupendas piezas
literarias, nos vendrá a la memoria un despliegue continuo de
imágenes sobre las vidas minúsculas de niños al pairo de la
voluntad caprichosa de sus seres queridos; sentiremos estupor y, al
mismo tiempo, desasosiego.
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