Jesús Montiel
(Granada, 1984) ha publicado en apenas unos años cinco poemarios que
le han provisto de distintos reconocimientos, entre los que cabe
destacar el Premio Internacional Alegría y el Hiperión. En lo que
va de año acaba de publicar dos libros en prosa. El primero de
ellos, Notas a pie de página (Ediciones
Esdrújula, 2018) es un texto que aglutina reflexiones, aforismos y
brevedades, bajo una escritura donde la condensación marca el norte
de las evocaciones y sugerencias que el escritor va enhebrando como
invitación al asombro de sus alumbramientos. El segundo, Sucederá
la flor (Pre-Textos, 2018)
es otra apuesta en prosa, pero más sentimental en su origen y más
lírica en su forma expresiva, un libro hermoso y estremecedor, “con
vocación de pan”, como le gusta llamarlo a su propio autor,
autobiográfico e introspectivo.
Al
igual que un poema, este libro intenso y contenido está hecho de
lenguaje, de personalidad, de temperamento, de un estado de ánimo
lacerado, de agallas y arrojo, de azar y destino, un canto en sí
mismo, una reflexión desde el dolor a la vida, así como una visión
interior de una pesadumbre. Sucederá la flor
es un poema en prosa que obliga al lector a asentir por esa fuerza
arrolladora de verdad que transmite, desde esa cosmogonía implacable
que emerge del sentir de un padre poseído por una humanidad
admirable frente a la adversidad sobrevenida por la enfermedad grave
de su hijo pequeño. Las horas horribles se conjugan con vislumbres
de verdad y aliento, a pesar del temporal azotado por los miedos, y
la incertidumbre de una curación que se demora. La vida es una
metáfora del boxeo, nos viene a decir: “Cada persona dispone de un
puñado de tiempo más pequeño o más grande. Ese tiempo es el
cuadrilátero donde uno ha de combatir a diario. Yo sólo espero que
al final de mi combate gane el amor”.
Montiel
se arroba, con un estilo sereno y punzante, en un canto a la vida y
al amor desde esa suerte incierta de acometer un trance doloroso
sobrevenido, y mostrarlo con una solvencia moral implícita, sin
fingimientos ni ataduras. El lector, siempre ávido de historias, se
conmueve cuando está delante de un texto sobrio que posee esa
capacidad de unir una palabra a otra sin estridencia, para después
encauzarlas en una secuencia emotiva que germine en el corazón de
quien se preste a su lectura, o que logre describir de un modo
preciso lo que sucede en la realidad de los hechos que el escritor va
contando. Que no depende solo del acierto en la observación, sino
que especialmente atrapa por cómo se ha resuelto el texto.
Desde
el umbral de la conciencia, Montiel
va trazando su relato introspectivo de amor y silencio, de
desasosiego y gratitud, de serenidad y esperanza, en la habitación
donde el cuerpo del hijo yace silente y pálido, mientras el padre
aguarda a que el tiempo germine en fruto, al calor de su esperanza,
sin caer en la desdicha de la pena y la derrota, defendiendo, una y
otra vez, el asomo de un nuevo día. “Ser padre es contemplar cómo
nace otra memoria”, queda dicho en su anterior libro Notas
a pie de página. Aquí,
ante la adversidad de la enfermedad que nunca avisa, que se cuela de
improviso y lo pone todo patas arriba, el narrador se dirige al
lector sin tibieza y con las palabras justas que encierran lo más
concluyente de su historia: “Érase una vez un niño enseñándole
a su padre a nacer”.
Con
tal de llegar a emocionarnos como lectores, da igual el camino que
elija el escritor. Cuando emprendemos una lectura viajamos también a
bordo de su metáfora implícita. Jesús Montiel
ha escrito un libro emocionante y sentido que explica su realidad
vivida y porque, quizá, también ha sido terapéutico. Sucederá
la flor es una revelación
más de que la literatura es un medio de experimentación, de buceo y
de irracionalidad, incluso. No hay literatura sin sufrimiento y aquí
se nos viene a decir que vivir, ya de por sí, es una enfermedad que
duele, pero también es un canto de esperanza sobre la vida y el amor
que se puede ejecutar en pocas páginas, exactamente, cincuenta y
cinco.
Esperar
es una lata, escribe Andrea Köhler
en su ensayo El tiempo regalado
(2018). Y sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer
del tiempo y sus promesas. En el libro de Montiel
se dice que quien sabe esperar sabe lo que significa vivir con ese
condicionamiento. La espera genera temperatura, porque imagina lo
venidero, a veces con el corazón tiritando o ardiendo de deseo.
La
verdad es lo más interesante de este libro, y la verdad en
literatura es un punto de vista que enseguida brilla por sí solo.
Sucederá la flor
estremece, y es así, precisamente, porque lo hace con luz propia.
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