lunes, 11 de febrero de 2019

Eterno retorno


La primera vez que pisé el Rastro madrileño se remonta a mediados de los setenta, en la época que estudiaba COU en el seminario de los Padres Paúles situado en la calle Tiberíades del barrio de Hortaleza. En aquella ocasión iba acompañado de uno de mis mejores amigos y compañero de curso. Allí me compré por dos duros mi primer libro de Pío Baroja, Las inquietudes de Santhi Andía, en la edición barojiana de Caro Raggio, eso sí, un tanto descosido. Luego, en años posteriores, me acerqué un par de veces más a merodear por su emplazamiento y tenderetes, con la idea vaga de encontrarme con algún tesoro que en ningún caso se produjo, salvo la suerte de aquel regocijo que me dio el descubrimiento del escritor vasco, y que originó mi entusiasmo e interés continuado por su obra.

No he querido dejar pasar por alto mis impresiones sobre El Rastro. Historia, teoría y práctica (Destino, 2018), el libro que Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) ha publicado hace tan solo unos meses sobre este emblemático y vivo mercadillo del que muchas voces críticas, en diferentes medios escritos, se han ocupado en destacar su valía y calidad con profusión, la del texto y la de su autor, un escritor de extensa producción literaria, al que no se le resiste ningún género, un todo terreno en el que no deja de estar presente ese binomio de literatura y vida que mejor encarna lo más genuino de su verdadero oficio: la vida como arteria y la literatura como vena de eterno retorno.

El Rastro, ese estupendo laberinto sentimental por el que se pasean curiosos, marchantes y buscadores de gangas, comparte espíritu aventurero y mercadeo con buhoneros y mercachifles de cosas de segunda mano, así como vendedores ocasionales que comercian con trastos y ropas viejas. Por estos lares, nos viene a decir Trapiello, “cada cosa, como cada ser vivo, habla de modo diferente a aquel que le interpela”. Y añade, como experimentado en estos lances de deambular por su trazado de arriba a abajo y viceversa, desde hace cuarenta años, que “no vamos al Rastro tanto a encontrar cosas, como a reencontrarnos con ellas”. El nombre le viene del antiguo rastro de reses muertas, del viejo matadero de Madrid. Dice el escritor leonés que nunca le ha venido tan bien un nombre a una realidad que allí parece arrastrada por el paso del tiempo.

En El Rastro el lector se sumerge en un texto ensayístico vivo, que bien podría pasar por un tratado, una crónica, un relato e, incluso, una enciclopedia viviente, en ese sentido que le da al término Covarrubias en el Tesoro de la Lengua Castellana: “que vale tanto como ciencia universal o circular”, porque en su libro, Trapiello trata de enlazar la memoria y el presente haciendo como un círculo en el que ambas se colman entre sí. Por eso su libro tiene al mismo tiempo para él algo de autobiografía y cómo no, algo de historia, teoría y práctica, como deja sentado en el subtítulo de la obra, así como también se refleja en las páginas de Salón de pasos perdidos, por ejemplo, en El gato encerrado (1990) el primero de sus diarios que arranca de este modo: “Esta mañana tenía el Rastro esa grandeza de los días de invierno. Apenas había amanecido y ya estaban desplegándose los primeros puestos. Todas las cosas que iban extendiendo sobre la acera parecían oxidadas, chatarra, latón viejo; hasta los libros tenían algo de escombros”.

Trapiello es un coloso explorador de este recinto histórico, un asiduo visitante que se despacha a gusto por todas las costuras y entresijos que conforman su perímetro irregular, que, como se dice en el texto, “se parece bastante a una raspa de pescado. La espina central, con la cabeza en Cascorro, es la Ribera de Curtidores y a uno y otro lado le van saliendo unas espinas o calles cortas”. Por aquí transcurren pasajes memorables de vida, literatura y gente extravagante. Están presentes Baroja, Blasco Ibáñez, Gómez de la Serna y muchos otros personajes que ponen contrapunto a lo que el libro va compilando con imágenes, fotografías, notas, recuerdos, detalles e historias menudas de gente anónima y pintoresca de la vida insólita del lugar.

El Rastro es un libro importante, que está a la misma altura y excelencia de otras obras ensayísticas anteriores del autor y que conforman un referente temático ineludible de la literatura española de los últimos veinticinco años. Me estoy refiriendo a Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1994), Los nietos del Cid (1997) o Imprenta moderna (2006). El Rastro es un volumen ilustrado y bien articulado en cuatro partes por donde transitan la historia, conjeturas y paradojas del lugar y del fondo inefable de sus cosas, un texto fluido y revelador que, viniendo de quien viene, posee esa verdad literaria intrínseca que bien podría resumirse en esta sucesión verbal tan propia suya: “conocer es recordar, mirar es reconocer, y descubrir reencontrar”.

La lectura de un libro, como bien dice Fernando Aramburu, no consiste tan solo en un acto de desciframiento, sino que también resulta experiencia subjetiva a partir de un conjunto de estímulos y revelaciones. Este libro de Trapiello posee todos esos atributos a los que conviene añadir que goza, además, de esa suerte tan escasa y tan apreciada por tantos lectores, que no es otra que la de celebrar un trabajo bien hecho, bajo esas coordenadas del buen gusto y esmero que da el acabado de un libro, en una edición impecable, que ya va por la cuarta, y que no dejará de seguir dando alegrías a quienes alcancen a disfrutar de su lectura.


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