jueves, 5 de septiembre de 2019

Vidas sombrías


Leer es, por encima de todo, un placer. Leer nos proporciona plenitud y nos convierte en creadores, porque al leer un texto, ponemos nuestra experiencia y nuestra memoria al servicio de una idea, de un pensamiento, de una invención, de una historia que hacemos propia, como también hacemos propios los rostros de los personajes, los paisajes, la atmósfera, las situaciones y los conflictos que nos presenta su autor ocultos tras la magia de sus palabras.

Esta declaración que bien puede parecer universal, viene a propósito de esas sensaciones tan personales que uno obtiene como recompensa por haber dedicado un tiempo a la lectura de un buen libro, y que, de vez en cuando, nos impulsa a compartirlo gozosamente. Lo cierto es que, en esta ocasión, leyendo La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019), de Socorro Venegas (San Luis Potosí, México, 1972), la existencia de esa manifestación explícita sobre la lectura resulta necesaria y oportuna. Mucho de esto se debe a ese aire extraordinariamente melancólico y revelador del mundo inhóspito que portan las historias de este nuevo libro suyo. Por si fuera poco, en estos cuentos aparecen más las cicatrices que las heridas de sus protagonistas. La sensación percibida es que todos los personajes que deambulan por aquí se hallan sumidos en un mundo hostil, a orillas de un estado de absoluto desamparo.

Lo que importa de un cuento, como subraya Eloy Tizón, no es su textura formal, sino que esté vivo, que respire, que sea expresivo, que transmita. En esa onda, la escritora mexicana traza sus historias, proveyéndose de ese dramatismo que aparece en los tropiezos del dolor cotidiano y en las soledades interiores de sus personajes. Precisamente, Socorro Venegas se dio a conocer como narradora de cuentos con La risa de las azucenas (1997), una colección de relatos en donde el dolor, el alma interior de sus protagonistas y la ternura que desparraman sus actos, se van tejiendo en una tensión constante y extrema de sus vidas.

En los diecinueve relatos de ahora hay niños que parecen adultos, madres luchadoras y pusilánimes, padres desgarbados, presos de alcohol y de infamia; gentes que deambulan en el mundo y, más bien, parecen fuera de él, pero, sin embargo, todos muestran una apariencia de que han encontrado su manera propia de ponerse a salvo, casi apartándose. Lo que se cuenta dentro de La memoria donde ardía opera a través de los sentidos. Socorro Venegas se propone contarnos una suma de historias obsesivas extraídas de su imaginario en el que la realidad es el único lugar propicio para transmitir lo que puede ser visto, oído, olido, gustado y tocado por sus personajes, sirviéndose de lo concreto de sus significados.

Y así en sus dos primeros relatos, todo un guiño elocuente y simbólico a la desolación manifiesta del periodo oscuro de las pinturas de Goya, la agitación de los sentidos impulsa la determinación de sus protagonistas. Por ejemplo, en Pertenencias, aparece una reproducción del Perro semihundido que sirve de catalizador del cuento para decirnos que cambiar duele, y dejar la casa sin memoria se traduce en aligerar las pertenencias que nos atan. En El coloso y la luna, en cambio, una niña contempla fascinada la figura de un hombre inmenso sentado con la mirada distraída en la luna, y se pregunta si esa visión a la que le conduce la botella de ron que tiene en su mano desvela el misterio de su propia vida: la soledad de la calle y el desamparo de un padre alcohólico que trata de reconciliarse con ella, hasta ahora avergonzada de su existencia.

La memoria donde ardía, su tercer relato, que pone título al libro, arranca con una pregunta rotunda que da pie a conjugar el pasado en la manera de vivir nuestro presente: “¿Estaremos hechos más de lo que olvidamos que de aquello que recordamos?” Los recuerdos regresan para decirnos quiénes somos, concluye el narrador de esta historia que debate el paso del tiempo: “Se dice a veces que uno se deshace en disculpas o en lágrimas. Yo me deshacía en memorias”. El nadador infinito es otro cuento conmovedor que desvela las horas que se concretan en los instantes previos al parto de una mujer, un diálogo entre una madre inerme ante el futuro y la criatura que lleva dentro, deseosa de abrirse paso.

En el siguiente, titulado Los aposentos del aire, el más extenso de todos, el alma y la enfermedad de un niño se hilvanan con otros momentos de buenos sentimientos, algo que no abunda en el resto de los relatos de la colección; Como flores también alude al mundo de la infancia y marca esa relación inocente y cruel entre los niños de un colegio con otros chavales ciegos que acaban de incorporarse a la clase. La isla negra, un relato fantástico de amor imposible, y Anagnórisis, tan pavoroso y enigmático, conforman, junto a El aire de las mariposas, unas historias en las que la atmósfera puede enfriarse tanto que la vida llega a dinamitar todo atisbo de esperanza; el duelo y la muerte está muy presente en La música de mi esfera, el cuento con el que cierra el libro, homenaje a Kurt Cobain, líder de Nirvana, la banda símbolo de la llamada Generación X.

Uno se percata de que la buena literatura sigue ahondando en las mismas cuestiones de lo que somos como individuos: en el sufrimiento, el amor, la soledad, la felicidad, el progreso o en la muerte. Socorro Venegas desata esta cadena eterna de lo que significa vivir con un buen puñado de historias, poniendo voz a madres y a niños, mediante una prosa desnuda, audible y sencilla para que expresen su fatalidad o cómo escapar de su infortunio, sin importarles, pese a su dificultad, seguir en el mismo escenario que les vio nacer. En ese enigma de no irse y buscar acomodo, nada les impedirá seguir sondeando en las profundidades de su existencia. Y así hacen, aunque sea a tientas.


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