sábado, 31 de agosto de 2019

El valor de las palabras


La palabra solo tiene sentido si hay alguien que la recibe. Si hablamos es porque somos seres relacionales. Hablamos para interpelarnos, para modificarnos, para afirmarnos en relación con otros. Cierto es que también pensamos hablando, que, al decir de Platón, pensar es el diálogo del alma consigo misma, pero de ahí no cabe concluir que somos en soledad, antes bien que nunca estamos solos y que pensar es siempre pensar con otro, aunque ese otro seamos o creamos ser nosotros mismos”.

Con ese párrafo, el profesor y ensayista Daniel Gamper (Barcelona, 1969), apunta al centro de la que será la argumentación por donde ha de transitar la escritura de su libro Las mejores palabras (Anagrama, 2019), una obra con la que ha obtenido el Premio Anagrama de Ensayo, y en la que desarrolla el sustrato real de su trabajo acerca del valor y la fuerza de las palabras. Lo que se despliega por su entramado ensayístico no es otra cosa que proponer al lector un desarrollo argumentativo sobre la importancia que tienen las palabras en la vida personal y social de todo ser humano. Viene a decirnos su autor que las palabras no solo definen, enmarcan, profundizan y designan, sino que las palabras, especialmente, engatusan y repelen, ensalzan y aplacan, edulcoran y amargan, perfuman y desagradan. Por eso conviene que nos fijemos en el valor de su fuerza y en las consecuencias de su uso.

Previamente, Gamper subraya que en todo hablante hay una predisposición por buscar “las mejores palabras”. De esa búsqueda persuasiva toma impulso para después detenerse en enfocar dónde residen las palabras y qué ocurre una vez emitidas. Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, apunta. Viven en los sentimientos, forman parte del alma del hablante y duermen en la memoria. Cada capítulo trata de contribuir al esclarecimiento de lo que proponen las palabras como embriones de ideas y germen del pensamiento. Y para ello, Gamper se ocupa en fijar sus argumentos alrededor de los dos valores que toda palabra posee: el primero, de índole personal, que va ligado a la vida del individuo; y el segundo, el más determinante, que se inserta y proyecta a toda la colectividad. Por eso, resalta que “una vez emitidas dejan de ser propiedad de nadie” y, sin embargo, este hecho conlleva que “alguien puede ser responsabilizado de sus efectos”.

Las palabras, insiste, son “la expresión más elevada de nuestras capacidades simbólicas”, establecen el canal principal de transmisión del conocimiento, “el vínculo que nos unen” y viene a decirnos que, desde luego, sirven para seducirnos y para que logremos construir un nosotros. Nietzsche dijo que toda palabra es un prejuicio, y que toda palabra es previa a sí misma, existe antes de pronunciarla. Y en eso reside su poder. Las mejores palabras nos pone en comunicación con nosotros mismos. Hay un hilo conductor en el libro que trata de reflejar cómo la lengua, a través de la palabra compartida, da testimonio de nuestra experiencia. La lengua es, por tanto, nuestro denominador común. Las palabras establecen ese intercambio emocional e intelectual necesarios para el entendimiento entre unos y otros.

El autor señala que, a pesar de la solidez de estos argumentos, el panorama de lo que se percibe en la vida política y pública no es demasiado halagüeño. Hay un desencanto que trasciende, como si la palabra transmitida y aprendida en casa hubiera sido vaciada parcialmente de su significado en la actualidad, como nunca antes en la historia había sucedido, y dicho significado se derivase en un insistente atropello de fake news, al que parece que nos hemos acostumbrado, como si no pasara nada, nos advierte Gamper. Ante esta avalancha, propone mantener el mejor uso de las palabras atendiendo al verdadero valor ético, político y social que estas representan.

El libro en su conjunto es un análisis selectivo de los distintos usos de la palabra en diferentes contextos. Las mejores palabras es un ensayo bien urdido que lleva a preguntarnos al final del mismo qué entendemos por libertad de expresión, teniendo en cuenta su significado y el compromiso que encierra dicho término en las redes sociales, en los medios de comunicación y, cómo no, en las tareas educativas de la escuela: “El hombre no viene al mundo solo. Eso hace de él un animal político, en la medida en que esa compañía no es solo la de la familia sino la del pueblo, el cual es imprescindible para educar a los niños, como se suele decir”. El poeta español Luis Rosales dibujó esa idea ancestral con estos hermosos versos: “La palabra que decimos/ viene de lejos, / y no tiene definición, / tiene argumento. / Cuando dices: `nunca´, / cuando dices: `bueno´, / estás contando tu historia / sin saberlo”.

El hecho de preguntarse cómo hablamos significa para Gamper estar preocupado del uso que hacemos del lenguaje y de no querer perder el sentido ni el valor de las palabras que lo hacen posible. En ese ámbito se sitúa el peso de este libro. Las mejores palabras conforma, por tanto, un texto fértil y ameno, orientado también a reflexionar sobre los vicios del lenguaje y sus repercusiones, muy propicio en estos tiempos de tanta palabrería y posverdad. Viene bien recordarnos que existimos porque nos nombramos y somos nombrados, y porque damos cuenta de nuestra existencia con las palabras que compartimos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario