Sin
apenas darnos cuenta vivimos de la novedad que nos brinda el
instante, del instante mismo, porque cada momento es único y
diferente. La costumbre de lo cotidiano parece volvernos insensibles
a lo que surge de nuevo, a lo que parece lo mismo y sin embargo es
nuevo, porque nada se repite exactamente igual, porque la repetición
no es la reiteración de un suceso, sino la secuencia de asuntos que
conforman toda una vida.
Bajo
esta idea de lo efímero del tiempo y sus consecuencias se cierne Una
furtiva lágrima
(Alfaguara, 2019), el nuevo libro de Nélida Piñon
(Río de Janeiro, 1937). Una
furtiva lacrima es
una bellísima romanza
incluida en L'elisir
d'amore,
compuesta por Donizetti,
el aria más celebre de esta ópera que ha sido interpretada por los
mejores tenores de todos los tiempos, un título que toma la
escritora brasileña para su obra con el que poder contar el pálpito
de sus suspiros que, al igual que se deja sentir en la pieza musical,
le han ido sobreviniendo a lo largo de su vida y de toda su
trayectoria literaria, un corolario sucesivo de su condición de
escritora que ronda por todas sus páginas.
Podemos
afirmar que estamos ante un
autorretrato literario, unas memorias intermitentes reunidas en más
de ciento cuarenta textos, algunos de ellos de apenas un párrafo de
extensión, que conforman en su conjunto una exégesis personal en la
que su autora aborda pasajes de su vida cotidiana, enfoques,
reflexiones y retazos literarios por los que transitan su carisma,
virtuosismo y tentativas en torno a la palabra, a la creación y al
arrojo de vivir en soledad: “Tengo una feroz vocación por la
soledad, el lugar metafísico donde mejor me encuentro”. Tampoco se
achica en resaltar la estrechez delimitada que impone la soledad en
el hogar: “El hogar es insuficiente. Conviene abandonar los límites
espasmódicos de la vida cotidiana”.
Viene
a decir que la biografía de cada uno es, en el fondo, una biografía
literaria, una biografía conformada en relación con personajes y
situaciones múltiples, con voces y con dudas, con revelaciones,
creencias y titubeos, con alegrías y con miedos, es decir, con todo
lo que configura el relato de toda una vida. Según Piñon,
la literatura es una experiencia de posibilidades que nos hace sentir
la esperanza, la angustia, la duda, la paradoja, el sobresalto, la
emoción y la pena. En una palabra, la incertidumbre es su hilo de
Ariadna, una constante universal: “Mi universo sirve a la palabra y
a los seres que piensan, sienten y palpitan en torno a esta materia
sutil y compleja, fina como el trazo de un dibujo que se esboza con
manos trémulas y el corazón constreñido y contrito”.
El
buen lector, que suele tener un olfato fino, descubrirá cuánto,
entre la vida y la obra de Piñon,
hay aquí de coincidencia y valores éticos. El lector se percata de
que la escritora no se detiene en proclamar de nuevo su estancia
preferida, el recogimiento. Insiste en que la soledad de cada cual
contiene una historia. Es cierto que aquí uno se encuentra con
recurrentes pasadizos aforísticos, evocaciones del pasado familiar
y, desde luego, muchas lecturas, regocijos y analogías en los que se
aferra el discernir de muchas de sus anotaciones que hacen referencia
a autores y artistas de lo más diverso, que abarcan desde relatos
bíblicos hasta la mítica compositiva de Wagner,
o que van de la maestría de Dostoievski,
la eternidad de Homero,
la genialidad de Velázquez,
la elocuencia de Epicuro,
hasta la admiración por Da Vinci,
Cervantes o Machado
de Assis.
Una furtiva lágrima
es
un libro íntimo de recuerdos, de referencias y reflexiones de Nélida
Piñon,
un compendio luminoso traducido bajo el cuidado de Roser
Vilagrassa
en el que predomina el alma de la escritora, el amor a su familia, su
credo personal, su pasión y arrojo por la escritura y por un sinfín
de asuntos que han dado sentido a toda una trayectoria dedicada a las
letras. Por todo este haz de apuntes, iniciados hace siete años,
trasciende un espíritu entusiasta que define su carácter vivaz y
que, en esta ocasión, gracias a su forma fragmentaria, resalta más
si cabe ese empeño suyo de seguir viviendo por y para la escritura:
“desafiar la palabra, conceder a la imaginación una dimensión
amplia, adueñarse de cualquier fantasía, de cualquier cosa que
estuviera o no a mi alcance. Al fin y al cabo, la verosimilitud es
mera coincidencia”.
Uno nunca sabe a ciencia cierta por qué lee un libro, la razón de
su lectura. Incluso se podría decir que en toda lectura subyace una
sinrazón que se convierte en una interminable melodía que dura toda
una vida. Digamos que la sinrazón es esa que está en los límites
de la racionalidad. Cuando uno acaba con la lectura de un libro como
este, tan vívido de exaltaciones, experiencias y tentativas, la
sinrazón se convierte en deleite, y su detonante no es otro que la
proximidad de la voz que lo acompaña, su manera de contarnos la
verdad que da sentido a la otredad del libro. Valió la pena.