domingo, 5 de enero de 2020

Un ser ausente


La historia de mi abuelo es la mía. Lo es porque refleja perfectamente mi relación con los lugares, mi forma de juzgarlos y de aferrarme a ellos. Es la historia de cómo los interiorizo de manera casi obsesiva. Pensaba que el origen de mi interés estaba en la lectura de otros autores y ahora me doy cuenta de que debía echar la vista un poco más atrás. Tenía que remontarse a una historia que había escuchado en miles de ocasiones, aunque mi padre me la explicara una sola vez”, escribe Álex Chico (Plasencia, 1980) en las páginas finales de Los cuerpos partidos, su última novela que acaba de publicar la editorial Candaya en su colección de narrativa.

Con un entramado argumental que transita entre la memoria real y la memoria inventada, esta novela de ensayo ficción, como le gusta denominarla a su autor, una forma híbrida, fronteriza y heterogénea de abordar un relato que aglutina ficción, memoria, crónica, ensayo y diario de viajes, acomete la reconstrucción de un ser ausente: la historia de su abuelo, ya fallecido, al que no conoció. Toda biografía, como ocurre en la salida de un laberinto, arranca, en primer lugar, con el inicio de un desplazamiento, de una búsqueda, como así deja escrito Vicente Valero en su libro Los Extraños, un texto que aquí encuentra sus resonancias. Viene a decirnos que lo que importa de la búsqueda de la vida de un ser ausente, por muy lejos que haya podido estar de uno, hay que encontrarlo en las huellas y cicatrices que han permanecido a lo largo del tiempo, más que en los recuerdos, porque estos podrían, incluso, no existir.

Precisamente es ese el epicentro del libro: la indagación personal, la búsqueda de la figura del abuelo desconocido, pero muy presente en el credo y el ámbito familiar. Álex Chico así lo deja dicho en la nota final del libro: “Los cuerpos partidos es, en buena medida, una narración oral consignada por escrito”. Pero también es una reflexión sobre una época, allá por los años sesenta del siglo pasado, en la que muchos españoles partieron rumbo a otros países de Europa en pos de un trabajo, de un sustento familiar que en su tierra baldía y yerma era imposible de albergar esperanza alguna, una representación de una realidad del pasado donde se aúnan el desarraigo, el desplazamiento y la esperanza de mejora que toda emigración concita: “Nadie emigra sin que medie el reclamo de una promesa”, en palabras de Magnus Enzensberger, que en el libro se cita.

Cualquier migración desencadena conflictos, independientemente de la causa que la haya originado, de la intención o necesidad que la mueva, así como de su carácter voluntario o involuntario que la impulsa, como apunta el narrador, a los que se añade un buen número de obstáculos que todo desplazado tiene que sortear: nuevas condiciones de vida, adaptación a un lenguaje extraño o restricciones sociales respecto a los otros: “No existe un solo relato para la emigración, ni una única lectura que pueda resumirla completamente”. En este contexto, cualquiera, como su abuelo, con suerte, aspirará a regresar a su tierra cuanto antes para recomponer su vida y dejar de sentirse invisible: “Fueron para unos meses y se acabaron quedando varios años. Fueron para unos años y no volvieron hasta unas décadas más tarde. Ese era el peaje, la consigna no escrita: un año más y después otro distinto”. Aun así, muchos no regresaron.

Álex Chico prolonga su calidad literaria que ya iniciara con Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (2016 y Un final para Benjamin Walter (2017). En Los cuerpos partidos hay un itinerario, un trayecto que también emprende el propio autor, desde el propio seno de la creación literaria, en busca de su personaje, Manuel Chico Palma, que dejó Belicena, una aldea granadina para poner rumbo a Bousbecque, una pequeña población francesa, con la finalidad de escribir la crónica de la historia que andaba inmersa en su cabeza a la espera de poder emerger para ser compartida. La vida es algo holístico, y no menos la literatura. Todo es materia narrativa. Y es esa materia la que facilita el arranque poderoso de esta historia que escribe Álex Chico, un relato con ese gancho verosímil que le lleva a poner en funcionamiento su maquinaria interior para favorecer que lo indecible pueda ser decible.

Los cuerpos partidos se une a esa trayectoria fecunda en madurez y estilo de sus obras anteriores. Su prosa límpida y su mestizaje de géneros, encuentra un sello propio, gracias a su buen manejo de las posibilidades del juego narrativo, ese que da la ficción como amplitud de engranajes de la realidad para cristalizar un universo literario. El suyo se asienta con mucho oficio y determinación en la memoria, el lugar y los límites de la creación literaria.

El autor, consciente del artefacto literario que ha puesto en marcha, en el que la realidad no se opone a la ficción, y en el que la hipótesis y la conjetura se muestran propicias a plasmar la naturaleza de su tentativa literaria, viene a decirle al lector que elija cómo quiere nominar a esa realidad que está leyendo. Esa misma que tanto nos abruma y que, sin embargo, exigimos a los libros que leemos, sin importar su forma literaria.


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