sábado, 28 de diciembre de 2019

A golpe de tinta


La poesía es algo que anda por las calles, decía García Lorca. Que se mueve, que pasa a nuestro lado y va a expensas de quien la persigue. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía, según el poeta granadino, es el misterio que tienen todas las cosas. Es la casa del ser, apuntaba el filósofo Heidegger. No faltará por ahí quien afirme que los poetas, realmente, no son indispensables. Para esclarecer mejor el asunto, no cabe mejor cita que acudir a la pregunta que le sugería todo esto a Saramago: ¿Qué sería de todos nosotros si no viniera la poesía a ayudarnos a comprender cuán poca claridad tienen las cosas que llamamos claras?

Toda poesía es, ante todo, un gran caer en la cuenta, que diría Jose Ángel Valente. Caer en la cuenta de lo que acontece por las calles, de lo que sucede en el recinto de lo cotidiano, sus objetos y sus misterios conforman el leitmotiv de lo que ha venido plasmando en sus libros Itziar Mínguez Arnáiz (Barakaldo, 1972) a lo largo de casi veinte años de escritura ininterrumpida. Desde que publicó La vida me persigue (2006), su primer poemario, ha mantenido esa inercia creativa de asumir la experiencia de lo cotidiano como fórmula de destilar su ámbito poético más genuino. A este debut le siguieron por la misma senda todos los títulos que fue publicando después, de los que cabe destacar Cara o cruz (2009) y Cambio de rasante (2015), dos poemarios que nacen igualmente de los confines domésticos. Con el siguiente libro, Que viene el lobo (2016) gana el Premio Internacional de Poesía Nicanor Parra, un poemario desnudo y emocionante bajo el dictamen del tiempo y la persistencia de lo efímero. Posteriormente vendría Qwerty (2017), un libro que acrecentaría más el valor de su poesía, hasta expandirlo con dos nuevas obras: Idea intuitiva de un cuerpo geométrico (2018) y La vuelta al mundo en 80 jaikus (2018).

Acaba de aparecer recientemente Lo que pudo haber sido (Huerga&Fierro, 2019), su nuevo poemario, una ventana más que se asoma a ese universo propio y tan suyo. Itziar Mínguez vuelve a desentrañar la realidad del mundo que tiene delante de sus ojos, ese que tanto la anima a tejer el ámbito de sus poemas, a plasmar lo que concierne a la vida para hacerla un poco más inteligible, algo más humana y próxima. Reúne cuarenta y seis poemas donde confluyen piezas breves y con algunas otras, las menos, de mayor extensión. Compagina la mirada con el pensamiento, para multiplicar las facetas de la realidad, buscando encontrar en lo distinto lo igual, y en lo igual lo particular.

¿Qué es lo que va a encontrar el lector en estos poemas? Por aquí se filtran la insistencia de lo efímero o el deambular por la ciudad a través de un mapa interior, como se deduce de estos versos de Los adioses: “escribes con el único fin/ de anticiparte a las pérdidas que te aguardan/ porque la vida es eso/ llegar preparado a cada despedida/ preguntándote quién será el siguiente”. En otros poemas se balbucean aforismos que comparten la incertidumbre de vivir o se nos convoca al consuelo, la compasión, el destino: “Lo peor de la tragedia/ es que está por venir/ lo bueno es que sólo puedes salvarte/ cuando llega”.

También se pulsan las pérdidas y ganancias de la vida, ese debe y haber que la partida doble de toda contabilidad general requiere ajustar: “lo complicado es saber/ donde colocar cada cosa”. La vida, una receta, es el título de un poema en el que se indica la confluencia de tres de sus elementos más determinantes: “Voluntad/ azar/ intuición”. Somos nota a pie de página, se dice en otro, pendientes de que alguien repare en ella: “a quién no le gustaría ser un poco así”. Quizá el último poema concite la sutileza del título del libro con la verdad poética de quien lo firma: “Donde dice/ lo que pudo haber sido/ debería decir/ lo que pude haber sido”.

La poesía de los actos y de los pensamientos sigue coexistiendo en la creación literaria de Itziar Mínguez, con ese lenguaje de tono sencillo y ligero tan suyo, pero hondo, y alejado de cualquier materia oscura, con la única preocupación de mantener los ojos bien abiertos sobre lo que sucede a diario a corta distancia. Poética a ras de suelo, diríamos, unánime y comunicativa en su trayectoria, abierta, en la que reflejar la dimensión del otro, y la verdad de lo que somos.

Hay quienes aseguran que la poesía está en las cosas y el poeta las descubre. Leyendo la poesía de Itziar Mínguez podríamos decir que esa afirmación se trastoca, es decir, que la poesía está en ella misma y las cosas se la provocan. Y son las cosas las que ponen su juego en la vida con la idea de rebasarla.

Los poemas de Lo que pudo haber sido, en suma, son ventanas que se asoman al mundo para descifrarlo, para resistir a su monotonía. Uno los lee y nota que lo mejor que le sucede es que se entiende con ellos, desde esa claridad con que se muestra el hecho mismo de vivir y su incandescencia.


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