Esto
siempre ha estado presente en los grandes viajeros cronistas, como
Josep Pla, Bruce
Chatwin o Paul
Theroux. Viajar para ellos es
trasladarse para adquirir un incomparable enriquecimiento interior,
un desafío, y contarlo se convierte en otra tentativa, un traslado
con palabras, para dejar por escrito sus experiencias y asombros.
Traslado o metáfora, el viaje es, desde luego, imagen del deambular
humano que ha venido repitiéndose desde la Antigüedad. Por eso, los
libros de viaje, la literatura de viajes de siempre, han constituido
un producto textual inagotable que se manifiesta en todos los tiempos
y en las más variadas modalidades literarias.
Uno
de los elementos más destacados dentro de la poética del viaje es,
precisamente, el encuentro con el Otro. Cada cual, dice Ryszard
Kapuściński,
tiene que saber y experimentar en qué tiene que fijarse durante un
viaje y cuáles son los temas de interés que le son propios de su
mirada. En ese sentido, afirma que “el encuentro con el Otro, con
personas diferentes, desde siempre ha constituido la experiencia
básica y universal de nuestra especie”. Patricia
Almarcegui, consumada viajera,
considera que el itinerario es uno de los elementos más
significativos y determinantes para encontrarse con ese Otro del que
habla el escritor polaco, un encuentro que origina la verdadera
riqueza del viaje y que necesita, con anterioridad, la densidad de
una buena preparación.
Profesora
universitaria de Literatura Comparada, novelista y ensayista,
Almarcegui ha
visitado muchos países y residido en Egipto, Irán, Uzbekistán,
Japón, Kirguistán, Sri Lanka y Oriente Medio. Su campo de
investigación se centra en la Estética Literaria y los Estudios
Culturales, derivados con mayor relieve de la Literatura de Viajes.
Entre su obra narrativa destacan El pintor y la viajera
(2011), Una viajera por Asia Central
(2016) y la novela autobiográfica La memoria del cuerpo
(2017). En su vertiente ensayística, sobresalen Los
viajes de Marco Polo
(2013), El sentido del viaje
(2013) y Conocer Irán
(2018).
Ahora,
con la publicación de Los mitos del viaje
(Fórcola, 2019), su libro más ambicioso, renueva ese empeño de
continuar inmersa en esa labor estética y cultural emprendida hace
ya una década, sobre todo, poniendo énfasis en lo que el viaje vela
y desvela, su significado y desciframiento, a través de su propia
experiencia y la que dejaron recogidas otros titanes viajeros en sus
textos, como fueron Marco Polo,
Ruy González de Clavijo,
Alí Bey, Lady
Montagu, Carsten
Niebuhr o la admirable viajera
suiza Annemarie Schwarzenbach,
para quien vida, viaje y literatura son equivalentes. Lo que el
lector se va a encontrar en esta compilación suya escogida de sus
trabajos publicados en forma de artículos a los que se añaden otros
textos inéditos, es, por un lado, una interesante teoría del viaje,
para después acometer el testimonio vívido de un grupo selecto de
importantes viajeros, intercalando reflexiones de lo que para la
autora sugiere de estética y cultura el viaje, lo que aporta,
provoca y revela.
“El
viaje crea asimismo experiencia. Cada desplazamiento interroga sobre
la forma de atravesar el mundo haciendo experiencia […] El viaje
puede pensarse como un deseo y una necesidad. El viajero se desplaza
por escenarios novedosos con los que recorre el mundo y lo interpreta
como un espacio de confines”. Insiste en el valor de la vista. Para
ella, viajar es descifrar el mundo por los ojos, y subraya que la
cuestión no es tanto mirar, como hacerlo de forma diferente. En su
enfoque está presente que en el espíritu del viajero observador
existe una realidad en su desplazamiento, más allá del lugar de
donde viene, y un interés por el encuentro de lo extraño.
Patricia Almarcegui
reformula en este nuevo trabajo suyo el imaginario del viajero a
partir de una teoría mítica y cultural de cómo el viaje se ha ido
conformando por las vivencias de quienes lo han volcado como
experiencia literaria en textos en los que el viaje les ha implicado
en un ejercicio de alteridad, a veces gozoso, otras exigente y no
menos intenso y continuado, con esa posibilidad maravillosa de
comunicarse con el Otro, sin olvidar que uno mismo es el gran asunto
de todo viaje. Porque, al fin y al cabo, viajar conduce
inexorablemente hacia la propia subjetividad.
He
disfrutado de lo lindo leyendo Los mitos del viaje,
un libro fecundo y vindicativo, un oráculo viajero en pos de la
sensibilidad de quien viaja en otra dirección, de quien busca nuevos
referentes y aspira a conectar su yo viajero con el lugar del otro.
Interesantísimo.
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