lunes, 6 de septiembre de 2021

La prueba del tiempo


Un narrador no es solo alguien que cuenta cosas. Un narrador es también un catálogo de voces. Por eso, cuando un escritor comienza un relato debe elegir entre esas voces. A menudo elige la voz del artesano que extrae del interior del barro su historia imaginada. Otras veces recurre a la voz del lector que es, esa que permite extraer un hallazgo sorprendente e insólito de su bagaje de lecturas. Dicen que algunos narradores tratan y, a veces, logran dar voz a quienes no tienen voz. Pero muchas veces suele ser al revés. Son las voces, las otras voces, las que les permite asomarse unos centímetros más allá del borde, allí donde las perspectivas revelan algo diferente.

Bajo el título de La vida anticipada (Adeshoras, 2020), Francisco Javier Guerrero (Córdoba, 1976) ofrece un buen mosaico de historias y voces que obedecen al interés del autor de posicionarlas al borde de un precipicio en el que el extrañamiento y sus circunstancias adquieren un relieve plagado de incógnitas y perplejidades. Historias que relativizan la consistencia de las decisiones que rigen nuestras vidas. Lo que destaca en ellas, por encima de otras consideraciones, es el lenguaje que usa su autor para interesarnos en lo que nos dice hasta lograr que nos metamos en la visión de los acontecimientos narrados por quien nos lo cuenta y hacernos partícipes en la forma como lo hace. Hemos de decir que, además, contiene sugerentes ilustraciones de Lola Castillo.

Los narradores que participan en estos relatos tienen la particularidad de saberse colocar en el lugar que más les conviene, y esa es una característica destacable que encontramos en estos cuentos de Guerrero, un ardid que consigue que imaginemos a cada historia desde el propio ángulo establecido para ello. Nueve relatos conforman la primera parte del libro, bajo el nombre de Las viejas trincheras, inspirados mayormente en acontecimientos o circunstancias reales en los que el autor bucea en lo desconocido, planteando preguntas y enigmas no resueltos. Por ejemplo, en el primer relato que lleva el título del libro es un viaje en el tiempo acerca del misterio en torno a la figura de Philip Taylor Kramer, bajista del grupo de rock Iron Butterfly, o en Radiación, un relato conmovedor, sobre la desaparición de un niño, unas horas antes de la explosión nuclear de Chernóbil, o en La maleta de George Parrot, la búsqueda obsesiva de una maleta de piel humana, son algunas de las historias más destacadas que podemos encontrar en esta primera sección del libro.

En la segunda parte, bajo la denominación de Lo que no somos, nos encontramos con otros nueve relatos de personajes que viven fuera de la lógica, como si el autor nos apelara a aceptar el juego de sus historias. Buena parte de este juego navega entre la estela de la ensoñación y la realidad, entre conjeturas y certezas. En Los mares de Dirac, un cuento maravilloso y complejo, elaborado con un pálpito poético asombroso, nos cuenta algunos entresijos de la biografía del Premio Nobel de Física Paul Dirac. En Maldacena y yo, otro de los destacados, asistimos a la búsqueda y encuentro de un escritor con el físico teórico argentino y maestro de las conjeturas, Juan Martín Maldacena. Y finalmente, como colofón, llegamos a La puerta entornada, para mi gusto, el más sorprendente y borgeano, el que contiene más juego literario. Aquí el relato se convierte en personaje. Quien habla es el relato, consciente de que ser ficción tiene sus ventajas, algo que solo su hacedor tuvo a bien dándole protagonismo y existencia.

Hay también en La vida anticipada un juego por parte del autor entre la ilusión y la realidad, proponiendo una vuelta de tuerca en pos de un planteamiento inverso de cuanto hasta el presente se ha asumido como certero, donde cabe otro orden, otra perspectiva diferente, o simplemente otra manera de mirar la realidad y la historia para convertirla en hallazgo. Hay frases claves en cada relato que apuntan en esa dirección, diría que, tanto en su brevedad, como en su pericia, se identifican con el embrujo, fascinación y balbuceo del aforismo. Vayan como ejemplos estas primeras perlas: “El presente es un tiempo manchado de cenizas. Tiene bordes afilados y duele”. “Un hijo es la mejor invención de uno mismo”. “No hace falta ser muy inteligente para saber que la vida en sí es un juego temible”. “No conviene olvidar que cada uno de nosotros es la suma exacta de todas sus ausencias”.

Encontramos a lo largo de los dieciocho relatos más frases que no pasan desapercibidas al lector, tanto por su encaje en el relato, como por su alumbramiento: “Es por culpa de la mirada que no entendemos lo que nos rodea”. “Todas las guerras se resuelven al final como ejercicios de lógica”. “El destino es una maleta. En su espacio interior está guardado el tiempo”. Y esto que encontramos sobre la importancia de las proposiciones me parece genial: “La vida está llena de preposiciones. Cómo expresar de otra forma el movimiento de los verbos, la dirección o su destino. Lo inamovible pone en marcha la acción. Qué cosa tiene la gramática, tan firme y tan cavernosa”.

Luminosa es esta otra: “Somos como el fuego que deja de arder al unirse a otra llama”. Que no se nos olvide, parece advertirnos esta frase, que “Los mayores misterios son los que se esconden al aire libre”. Y qué me decís de estas tres: “A veces lo que no se ve es lo que nos salva”. “En cierto sentido el gusto es un recuerdo. Y la memoria está llena de esquinas”. “El asombro no nace del individuo, sino que llega hasta él”. Y acabo con esta interesante pregunta que arranca en el relato de Maldacena y yo: “¿Y si la sombra no fuera una proyección de la realidad sino justamente al revés, que la realidad fuera una proyección de la sombra”.


Son muchos los hallazgos y reflexiones certeras que laten dentro de La vida anticipada, un libro de relatos maravillosos que refleja una ambición literaria admirable, cuentos de frases luminosas e incisivas por donde transitan personajes condicionados por las muecas del destino y, al mismo tiempo, supeditados a lo que aspiran ser o de lo que pretenden resarcirse a trompicones.

Guerrero se muestra con un perfil narrativo preciosista, capaz de articular con gusto y maestría unos cuentos sorprendentes, valiéndose de ingeniosas digresiones poéticas, de una belleza sencilla y evocadora, e imbricadas apropiadamente en la trama narrativa. Un libro que se deja querer.


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