jueves, 9 de septiembre de 2021

Libros, vida y lecturas


Dice Roberto Calasso, al que echamos tanto de menos, en Cómo ordenar una biblioteca, último libro publicado antes de que nos dejara el pasado mes de julio, que respecto a este asunto de ordenamiento y disposición de los libros “el orden perfecto es imposible, sencillamente porque existe la entropía. Pero sin orden no se puede vivir. Con los libros, como con todo lo demás, es necesario encontrar un término medio entre esas dos afirmaciones”. Según él, quien procura ordenar su biblioteca debe reconocer y, quizá, transformar el mapa mental de sus preferencias y pasiones, enfrentándose a sorpresas y, desde luego, sin esperar soluciones definitivas.

El protagonista de la novela de El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021) del poeta y crítico literario Juan Marqués (Zaragoza, 1980) anda inmerso en estos asuntos, eso sí, pero se en cuentra muy lejos de establecer un método de clasificación universal. Se ocupa en ofrecer un servicio personalizado de asesoramiento y búsqueda de libros a la medida de la visión íntima y gusto personal de quien lo contrate para completar y mejorar su biblioteca. Depende, por tanto, de clientes antojadizos dispuestos a descubrir libros cuya existencia no sospechaban y libros deseados que no se dejaban encontrar. Él es alguien consciente de su rol, que sabe que la aspiración de todo amante de los libros no es otra que seguir un hilo o muchos a la vez, de manera que desaten y prolonguen caprichosa e ininterrumpidamente su biblioteca en marcha. Sabe que pocos objetos como el libro despiertan tal sentimiento de absoluta propiedad. Igual que sabe que toda biblioteca es autobiográfica.

Es más, este es un libro en el que su autor se sumerge por primera vez en una novela experimental sobre algo que le fascina, es decir, los libros y su lectura, para centrarse en la vida de otro, sospechosamente parecido a él, alguien que va a cumplir cuarenta años y denota un cimbreo existencial en su interior, un estado de crisis que viene a confluir con su vocación libresca y su sentido práctico de satisfacer lo que la vida en ocasiones le niega o dificulta. Su protagonista condensa cavilaciones y conjeturas sobre el sentido de su vida, aunque el placer de leer sigue palpitando en él. Solo parece extraviado, con cierta sensación de abatimiento y preocupado por entenderse a sí mismo. No tiene intención de dejar a un lado sus andanzas alrededor de los libros, eso parece irrenunciable y, encima, es su sostén de vida.

Durante ese período de constante interferencia entre su tarea y su estado de ánimo, su precaria economía se agravará por su reciente divorcio. Además, se verá obligado a ajustar sus ingresos para seguir atendiendo a sus hijos. En medio de este sumidero de prioridades aparecerá en su vida un personaje con el que mantendrá una relación de encuentros y diálogos, una suerte de consuelo que lo pondrá en la senda de conocer a un buen puñado de seres estrafalarios, un escaparate de letraheridos con los que, inexplicablemente, sin salir del ámbito de la literatura, encontrará esparcimiento y, al mismo tiempo, interés por su trabajo. Este enigmático personaje le ayudará a rescatar la ilusión perdida y a apaciguar su melancolía, le hará sentirse un espectador de su propia vida. Bajo esta premisa: “Todas las cosas que suceden tienen una explicación sencilla, si se acierta a vislumbrar cómo se comporta la realidad”.

A lo largo de la novela, la parodia del tiempo está muy presente, al igual que la defensa de la libertad. Nos encontramos con un buen puñado de reflexiones provenientes de estos encuentros con los demás personajes que reavivan la laxitud de nuestro protagonista, un tipo, por otra parte, ávido de libertad, que viaja de aquí para allá, que va desde Toulouse a su Zaragoza natal o de Cádiz a Grenoble, sin perder nunca de vista su singular oficio que pone título a la obra, y que deja anunciar en el periódico de esta manera: “ORDENO BIBLIOTECAS. Me adapto a sus gustos y su presupuesto. Busco y compro libros para usted. Completo carencias. No taso bibliotecas, solo las completo o las reduzco, y siempre las mejoro...”

Por otro lado, se complace en afirmar que no hay motivos suficientes en su vida para dejar de leer. Se interesa por “estar al día de lo bueno que va publicándose, y tener tiempo para releer y escribir sobre las obras importantes”. Como ya dije antes, su oficio y vocación no es otro que ordenar los libros de sus clientes: completar sus carencias, reducirlas, mejorarlas. Deja dicho que ha elegido una forma de vida que para él es imposible cambiar, pero se empeña en buscar respuestas a su estado de inquietud a través de sus lecturas, mientras conversa con el hombre misterioso de Toulouse.


El libro de Juan Marqués rebosa de detalles y sutilezas, incluso con algún subrayado nada complaciente, como advertencia: “Los libros también pueden ser una gran trampa, nos confunden, nos alejan”. Algo así se va entretejiendo a lo largo del libro, dejando ver que “la literatura intenta explicar las cosas sin aceptar, o incluso sin saber, que son inexplicables”. Tal vez, por eso mismo, toda vida adosada en cada estante de una biblioteca requiera su relato, y por eso mismo nos empeñemos en ordenarlas de manera distinta según el momento elegido. Quizá sea esta la verdadera metáfora del libro.

El hombre que ordenaba bibliotecas es una narración de sesgo literario intenso, una novela que se deja leer con gusto e invita a la relectura gracias a la levedad sugerente de su prosa, así como al espíritu reflexivo que la impulsa, ese que convoca a los libros y a los que nos gusta habitarlos de manera apasionada y consecutiva.


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