Llega ahora el turno de El desorden de los libros (2021), del mismo autor napolitano, que es una provocadora apología de cómo organizar nuestra biblioteca, bajo la traducción y cuidado de Amelia Pérez de Villar. En esta ocasión, Gatta hace valer su experiencia como lector y vigía de libros para acercarnos a un modo particular de desorden capaz de desentenderse de ese horror vacui que siempre nos acompaña, de ese miedo a perder y no encontrar los libros dentro de nuestra propia casa. Con gracia y desparpajo considera la biblioteca particular como una estructura pensada para que no nos encasille en modos preestablecidos de orden fijado. Dice que “el desorden no es algo que surja espontáneamente: hay que inventárselo”. Considera que no debe ser el orden el objetivo principal de una biblioteca personal, sino que su verdadera función es instrumentar la manera de encontrar fácil y rápidamente el libro que se quiere leer, consultar o releer.
Cita a ilustres escritores para extraer consideraciones y detalles sobre ese tesón del orden que él contrapone y, especialmente, pone en tela de juicio sobre la esencia de lo que significa poseer una biblioteca disponible para un buen uso. De Umberto Eco toma esto: “Una biblioteca doméstica no es solo un lugar en el que se guardan libros que se coleccionan: es también un lugar que los lee en nuestro nombre”. O esto otro de Roberto Calasso: “¿Qué es el orden? El orden perfecto es imposible, sencillamente porque existe la entropía. Pero sin orden no se puede vivir. Con los libros, como con todo lo demás, es necesario encontrar un término medio entre estas dos afirmaciones”.
Para Massimo Gatta, el significado de urdir una biblioteca no precisa de una arquitectura perfectamente ordenada, sino que podría ocurrir que en el propio desorden de nuestros libros, en esa aparente anarquía se revele otra manera de establecer una disposición que, de alguna manera, proyecte como espejo el universo del propietario de esos libros, sus constelaciones y satélites, sus rotaciones y agujeros negros, contrario a ese mandato de imponer un orden universal y rígido para colocar los libros. El autor manifiesta con orgullo libertario la paradoja de quien persigue desbordar las normas, de quien prefiere que lo convencional no se erija en incuestionable y así permitir que el libro se asiente en la balda o en el suelo a su aire, sin etiquetado preestablecido.
Al fin y al cabo, lo que sacude El desorden de los libros es si debemos aceptar el caos o maniatarnos a un orden. Tal vez tengamos que sopesar o rebatir lo que el libro posee de incendiario. Contamos para ello con nuestra propia experiencia, así como con las palabras de Luigi Macheroni en el prólogo del libro, buen conocedor del poder invasivo de los libros en nuestras casas. Llega este a decirnos que, si aceptamos que la vida misma es tortuosa y confusa, por qué no hacerlo con nuestros libros. Ahora bien, es rico y sugerente el contrapunto del que hace gala José Luis Melero en el epílogo del libro, a la hora de entender la recreación literaria y hasta festiva que Gatta exhibe respecto al desorden de los libros, algo que, como señala Melero, también lo hacía y propiciaba Azorín. Y sin querer polemizar con ninguno de ellos, proclama su credo: “El orden es absolutamente indispensable si queremos disfrutar de una biblioteca operativa”.
Por eso mismo, siendo prácticos y conscientes de la limitación del espacio y de la envergadura de nuestras bibliotecas, bien nos vale tener en cuenta la idea que transita por este ensayo y acoplarla a nuestra realidad, destacando la libertad y el disfrute de los libros, por encima de cualquier orden, agrupándolos a nuestra conveniencia y gusto, disponiéndolos para romper fila en cualquier momento. A ese plan, yo sí que me sumo.
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