miércoles, 10 de noviembre de 2021

Vivir en un escenario


Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971), escritor multidisciplinar, es narrador, músico, ensayista y poeta. De su amplia producción poética, con ocho libros en su haber, destacan títulos como Niños enamorados (2015), El año del cangrejo (2017) o Posibilidades en la sombra (2019). El argentino, aunque afincado en Madrid desde hace años, ha escrito también el volumen de relatos La tristeza de las fiestas (2014). Es autor de un estupendo ensayo sobre la poesía bajo el título de Tensión y sentido (2020), una inteligente tentativa para que el lector venza las habituales reticencias con las que, en ocasiones, viene envuelto el género. Igualmente, cuenta entre sus publicaciones con dos novelas: De los otros (2016) y Los nombres de las cosas (2019).

Llega ahora su tercera novela, Lo de dentro fuera (Sexto Piso, 2021) en la que explora lo que nos pasa cuando vivimos, o mejor dicho, lo que supone vivir bajo el foco de los demás cuando salimos a escena, lo que la realidad percute en la manera de representar nuestra existencia. En esta ocasión, Mariano Peyrou, como subraya la contracubierta del libro, “establece un diálogo entre la vida y la escenificación y muestra lo difícil que es distinguirlas, quizá porque todos vivimos en un escenario”. La trama se centra en esa idea y está protagonizada por una joven aspirante a actriz que se maneja bien cambiando de cara y de voz, pero siente que no puede ser ella misma.

En esa tesitura se debate el personaje, entre el escenario y la conciencia de trabajar desde un lugar para proyectarse en otro. Considera que la interpretación es el cauce necesario para dar sentido y forma a su condición de mujer. Ese impulso la lleva a ingresar en una escuela de arte dramático. Allí conoce a un profesor muy peculiar, cuyo magisterio le ayuda a reinterpretar su propia historia, a entender mejor su identidad y a confiar en sus posibilidades, porque, según él, vivir significa “construir algo en lo que podamos creer”.

El profesor es un tipo, y así aparece con esta nomenclatura, que acude en sus clases a rescatar la figura de Konstantín Stanislavski, actor, director escénico y pedagogo teatral ruso, a través del legado literario que dejó escrito en muchas notas y apuntes, además de sus libros acerca de la expresión corporal y el trabajo del actor sobre el personaje. Con cierta naturalidad, el profesor irá sembrando citas del ruso en sus intervenciones para hilvanar todo lo concerniente a la interpretación. Citas, como esta que concentra mucho el interés que impulsa el libro: “En cada acto físico, salvo que sea puramente mecánico, hay escondido algún acto interior, algún sentimiento (...) Los une un objetivo común, que refuerza su vínculo irrompible”.

La narradora se alinea con estas reflexiones afines a su vida y las escruta. Tampoco le importa intercalar en ellas algunas menciones de encíclicas papales a lo largo de la historia para resaltar cómo la Iglesia siempre ha estado mirando con recelo a los actores del gran teatro del mundo. Considera que, frente a todo esto, sabe cambiar de cara y de voz, pero siente que no puede ser ella misma. Desea que la miren porque le parece que no es nada sin esa mirada ajena, que, para ella, ser actriz es la única forma que tiene a su alcance de ser mujer, que nota que el mundo la impulsa a vaciar lo de dentro y volcarse hacia fuera, hacia el entendimiento, el placer y el deseo ajeno. Se siente actriz porque le resulta muy fácil llorar: “Yo pequeña y mis padres cerca; me acuerdo de eso y lloro”.

A este sentir de la protagonista se unen los diálogos con el profesor, algunos intermitentes, de pocas líneas, como si fueran brotes inesperados a modo de fuego cruzado; otros, más extensos, ocupan los renglones necesarios para formular una sutil retórica, como contrapunto a su estado emocional. Muchas de estas conversaciones mínimas brotan de un planteamiento dubitativo o banal, para acabar en controversia. Todas buscan una conciliación, la conclusión definitiva en la mente del lector, alentado por la insatisfacción y por la capacidad reflexiva de una actriz que vive embarcada en una vida anodina pero predispuesta a reinterpretarla.

Bajo ese prisma se nos presenta el conflicto germinal de la novela, desde el lugar en que lo vive la propia actriz consigo misma, desde el arranque del libro, cuando nos cuenta que se siente como una idiota: “Parece que ser idiota es confundir lo real y lo imaginario, lo de dentro y lo de fuera: es perseguir fuera algo que sólo existe dentro. Pero yo creo que no, que son los que no confunden lo de dentro y lo de fuera los que son idiotas”. De ahí que se apresure en revelarnos con rapidez su actitud: “La vida, para mí, va a ser una investigación sobre la vida”.


En las páginas de este libro hay mucho más que una teoría de la interpretación. Aquí hay una reivindicación de los vínculos de ese fuero interno que nos acompaña siempre cuando actuamos. Podríamos resumir que Peyrou instala su novela en un trasfondo teatral introspectivo y visual lleno de matices y sutilezas, marca propia de su estilo, en el que se funde el poder de la palabra como canal de experimentación y exploración de la realidad valiéndose de la ficción. Y, especialmente, a través del paralelismo de dentro y fuera por el que transita el texto: interior y exterior, dos caras de la misma moneda que intercambian lo dicho con aquello que representa.

Digamos que Lo de dentro fuera es un libro ameno, sugerente y evocativo, una novela que lo que la sostiene no es un estribo ni un contrafuerte de verdades, sino, sencillamente, un corredor de vivencias e ideas que nos interpelan y median entre el interior y el exterior de nosotros mismos.


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