Es cierto que Sánchez Menéndez, escritor persuasivo y juicioso, inclinado, eso sí, a la emoción del concepto y sus metáforas, tiene una voz literaria reconocible, un leitmotiv habitual, una gramática que conjuga la importancia de la razón de existir, que consiste en estar en una perspectiva de entendimiento con el mundo. Le importa resaltar lo que se ha comprendido de siempre: la existencia como vida activa o como vida contemplativa. Sin embargo, insiste en que existir siempre será, de manera inevitable, una vida representativa. Es por esta idea central o guion, compuesto por notas y textos breves, por donde transita su nueva entrega, Fragmentos (Detorres, 2025), un libro poblado de ideas, epifanías, citas y sensaciones volcadas bajo una concepción de “lectura en lentitud, sin prisas, como alimento”.
Empezamos a leer y a poco que llevamos unos minutos, ya vemos cómo Sánchez Menéndez cree en la razón, dado que para él es un instrumento esencial para orientarse en la vida. Recala en cómo lo real, la emoción artística, las pasiones, los vislumbres del pensamiento y la conciencia nos dejan desnudos, “pero también confusos –escribe–, somos transmisores de dudas permanentes”. La justificación es clara: la verdad se da siempre bajo la importancia y la perspectiva de la palabra: “La palabra entre nosotros, y de la palabra a la lectura entre nosotros. Somos palabra, por eso somos lectura”. No se olvida que por delante del filosofar está el vivir. Por eso propone el poeta: “Vivamos las emociones. Son nuestras”. No por ello hay que renunciar a la razón. La razón, según él, es una herramienta indispensable del conocimiento, del entendimiento de la lectura como alimento.
Y es aquí, en la lectura, donde el libro alza su vuelo más intenso. El poeta percute no solo en el valor de la palabra como manifestación de la verdad, sino en la lectura como contacto con la vida, como conocimiento de uno mismo: Y por ello, sostiene que la literatura debe ser “una manifestación de la verdad”, un motivo suficiente para leer el mundo y reconocernos en él, para ensancharnos y sentirnos más reales. Nadie duda de que quien lee se siente acompañado. En ese mismo trayecto de compañía y soledad, la lectura acaba revelándose como algo que nos redime en muchas ocasiones de las incontables decepciones y reveses de la propia realidad. “El lector no nace, se hace”. Por eso mismo, insiste en que “hay que seleccionar las lecturas”, los libros que importan, los que nos conmueven y se convierten en un resquicio para entender un poco mejor el mundo o pensarlo de otro modo. Leer, como ya dejó dicho en otro de sus libros, “provoca afectos y, también, efectos”.
Esta es una de las ideas transversales que recorre las piezas reunidas en Fragmentos, alentar a la lectura, no solo como alimento, sino como un acto de amor a la vida y a uno mismo, que apela a esta otra verdad filosófica añadida de que en la lectura: “palabra y naturaleza se fusionan. Todo origen de la naturaleza está en la palabra. Y a su vez, el origen de la palabra está en la naturaleza”. Una vez más, Sánchez Menéndez nos conmina a entender la lectura como acto de posesión, de hacer nuestra las circunstancias de que “hay que dejar espacio al lector. Mucho espacio”, para descorrer el mundo y sentirlo más vivo y reconocible.
Por otro lado, hay lugar en el libro para transitar por las propias lecturas del poeta en las que no faltan alusiones a Cervantes, siempre aparece alguna mención de El Quijote en sus libros. También se cita a Cioran, a María Zambrano, a Baroja, a Rilke, a Mark Twain o a Séneca, entre otros, elogiando su amor a los libros: cum libelli mihi plurimus sermo est (tengo mucho que hablar con los libros). Igualmente, no se olvida tampoco de pararse a reflexionar sobre el aforismo, un género que cultiva con sigilo, para destacar la cierta vanidad reinante de algunos que se empeñan en alzar la voz sobre su esplendor, porque “no estamos en un nuevo Siglo de Oro del aforismo... Hay buenos aforismos, sí, y hay buenos aforistas también, pero son contados, y tal vez sobren dedos de una mano”, apostilla.
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