Nos encontramos ante dos
textos que se devoran en un suspiro, pero que demuestran que la buena
literatura no tiene por qué tener concordancia con grandes
extensiones ni desarrollos narrativos de centenares de páginas. Me
refiero a Una biblioteca de verano,
de Mary Ann Clark Bremer
(Nueva York, 1928- Ginebra, 1996), editada en Periférica,
y Antón Chéjov, vida a través de las letras,
de Natalia Ginzburg
(Palermo, 1916- Roma, 1991), publicada en la editorial Acantilado.
Dos escritoras coetáneas, lastradas por las consecuencias de la
Segunda Guerra Mundial.
Una biblioteca de
verano,
es una novela breve que sorprende por su concisión y belleza. Un
texto escueto, pero grande en calidad literaria. La protagonista de esta novela
ha perdido a sus padres al acabar la guerra. Corre el año 1946 y,
también, ha sufrido la pérdida de su tío Marcel, un personaje
relevante en su vida, que la educó en el amor a los libros. Las
tropas alemanas destruyeron la biblioteca de su tío en el pequeño
pueblo francés, y ella se ocupará de restablecer la nueva
biblioteca bajo la sombra protectora del tío Marcel. Una
biblioteca de verano es una narración memorialista que describe la vida de su autora desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1956, cuando
concluye el libro.
Mary Ann Clark
habla de su pasión por los libros, por los autores
favoritos de su tío y por los ejemplares que sus vecinos retiran de
la biblioteca para leer.
Mary
Ann
nos abre, sin grandes pretensiones, una puerta poética desde su
corazón para mostrarnos la luz literaria de su interior, un lugar
de refugio y remedio: la nueva biblioteca. Es aquí donde la
protagonista pasará a limpio la lista adjetivada de los autores
preferidos del tío Marcel: el poderoso Stendhal,
el arrebatador Verlaine,
George Eliot,
la delicada escritora británica, o el inteligente Flaubert.
Una biblioteca de
verano
es un breve e intenso texto minimalista escrito con modestia,
profundamente lírico.
En
la misma línea de brevedad e intensidad, Antón
Chéjov, vida a través de las letras
es un librito que se lee de una sentada y en el que se recrea toda la
vida del artista ruso. Ginzburg,
en apenas 83 páginas, logra contarnos la vida de Chéjov
de manera recogida. Por esta biografía desfilan la escritura, la
enfermedad, los desplazamientos y los personajes fundamentales que se
cruzaron por la vida del escritor ruso, tan intensa y llena de vicisitudes.
Chéjov
vivió rápido, todo fue breve en su vida, en concordancia con sus
relatos. Pero todo, vida y obra, lleno de coraje y pasión. Una
de las características determinantes de esta biografía es que
Natalia Ginzburg
se ha llenado del espíritu chejoviano, y ha logrado, como si de un
relato se tratara, sintetizar con maestría la vida y la obra del
narrador ruso, incluso, acercándose al detalle del personaje: las
secuelas de la peritonitis que sufrió a los quince años, por la que estuvo al borde de la muerte y cuyas secuelas arrastró para siempre, el tenso ambiente familiar, los traslados
insufribles para tratarse la tuberculosis, e, incluso, la distancia obligada de
su amada esposa Olga
Knipper.
Al
principio de sus publicaciones firmaba bajo el pseudónimo de
Chejonte.
Suvorin,
director de la revista Tiempo
Nuevo,
le insistía para que usara su nombre, pero él rehusaba la
sugerencia porque decía que en verdad era médico y que pronto
dejaría de escribir. La
medicina era su legítima esposa, y la literatura, su amante. Y
añadía que no tardaría en abandonar a esa amante,
(pág. 23). Afortunadamente para el resto de los mortales, no cumplió
su promesa. Chéjov
solía decir que cuando hablaba con Tolstoi
caía totalmente en su poder, a pesar de que al autor de Guerra
y Paz
le parecía detestable el teatro de Chéjov,
pero adoraba sus cuentos, tanto como los cuentos de Maupassant.
En cierta ocasión le dijo a Chéjov:
“Como ya sabrá,
detesto a Shakespeare, pero las comedias que usted escribe son
todavía peores”,
(pág. 66).
La
enfermedad hizo estragos en Chéjov.
Su esposa Olga
y el doctor Schwöhrer
estuvieron presentes en los últimos momentos de su vida, allá en Badenweiler,
una pequeña ciudad de aguas termales de la Selva Negra, donde falleció el 2 de
julio de 1904, después de aceptar una copa de champán.
Estamos ante un hermoso libro, redondo y sugestivo, que es, a su vez, una
larga semblanza del cuentista ruso por excelencia, Antón
Chéjov.
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