Son
muchas las razones que justifican el éxito de Nada se opone a
la noche para que se convirtiera en la novela más
galardonada en Francia en 2011, con cinco premios, y en la más vendida. El
pasado año, Anagrama se apuntó un merecido tanto con la
publicación de esta desgarradora novela-testimonio de Delphine de
Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966). De Vigan reinterpreta
a su familia, no solo contando su historia, sino que el mismo libro
se convierte en un auténtico espejo donde se refleja el alma
emocional de su familia. De Vigan ahonda en ese dolor profundo
y rastrea en el mismo para desatar los secretos estremecedores de su linaje. Ahora, el sello que dirige Jorge Herralde
acierta de nuevo con la edición de la primera novela de Delphine
de Vigan, publicada anteriormente en el país vecino.
Días
sin hambre es también una novela autobiográfica, escrita
bajo el pseudónimo de Lou Delvig, por razones familiares, que
relata el ingreso hospitalario de una joven que sufre anorexia: el
frío instalado en su piel, la alimentación por sonda, el
descubrimiento de otros pacientes y un episodio desgarrador
protagonizado por la madre que había bebido bastante cerveza hasta
orinarse encima, configuran el inicio del diario que Laure va
escribiendo como paciente, sin analizar, solo exponiendo el
tratamiento, y ahí radica su fuerza narrativa, merced a la
sinceridad conmovedora de la narradora. Días sin hambre
describe con claridad y con sensibilidad los impulsos mentales que azuzan
a la joven Laure a pensar que su enfermedad no es más que un
triunfo de su vida: “Laure se miró en el espejo del cuarto de
baño, no vio nada, ni la muerte en su rostro, ni sus hombros
puntiagudos como picos helados. Había dejado de verse. Se había
vuelto inaccesible al miedo y a la rebeldía. Se sentía bien. Mucho
más ligera. No quería morirse, solo desaparecer. Esfumarse.
Disolverse” (pág. 53). “Es la historia de un pez sin
escamas, de una tortuga sin caparazón, de una princesa de pacotilla
que no podía renunciar a su dolor”,(pág. 92). De Vigan
nos presenta un relato desde la conciencia propia del abismo, desde
el límite de lo posible: una joven de diecinueve años, de treinta y
seis kilos y un metro setenta y cinco de estatura. Sin embargo, es
una historia concebida para el renacimiento desesperado hacia la
vida, desde la sombra esquelética de un cuerpo vapuleado. Una
historia que esconde una ternura solapada, una confesión sobria y
esperanzada que llega a decirnos que desde el infierno también hay
salida, a pesar del peso abrumador de cargar con un alma apaleada.
La
novela se lee de un tirón gracias a la vigorosa y lacónica
narración, no exenta de angustiosos pasajes, pero muy certera al
analizar que el origen de la enfermedad hay que buscarlo en el seno
de la familia. En literatura hay dos razones indiscutibles: solo
llega al corazón del lector lo que sale del corazón del que
escribe, y depende del tono de su escritura. La historia es
importante, pero si no se acierta en el tono, el asunto se tambalea.
Dias sin hambre logra con éxito estas
premisas narrativas gracias a su estilo sencillo y directo, carente
de artificios e intencionadamente escueto.
Delphine
de Vigan nos regala una buena novela, un extraordinario testimonio
que merece la pena leerse, no solo por el tema tratado, sino,
principalmente, por la escritura sobria que va en concordancia con la
exigencia de la propia historia.
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