Confieso
que descubrí a Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) de la
mano de Vila-Matas, en una referencia memorable en su libro
Diario voluble sobre el autor de Gritar y
que cito textualmente: La literatura no es un oficio, es
una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la
gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo
ha ganado la tristeza. Y, ante
tamaño desvelo, ya no pude resistirme a buscar lo que no quería
perderme del escritor asturiano hasta entregarme a La
luz es más antigua que el amor
(2010), un texto sobre la enfermedad, la locura y el genio. Después
me encandilé con La noche feroz
(2011) y Medusa
(2012), dos relatos inquietantes y crueles que me conmovieron. Cuando
un escritor, como Menéndez
Salmón, te muestra esa
literatura que procede de la desolación de su escritorio, donde se
encierra para vislumbrar todo el caudal de tristeza y de alegría que
conforma su vida, entonces nos damos cuenta de que estamos ante un
narrador con mayúsculas.
Niños
en el tiempo (Seix
Barral) , su última
propuesta narrativa, presentada el pasado mes de enero, goza del
sello de sus anteriores novelas, pero aquí, la fuerza de la
desgracia sopla entre la pérdida y el duelo. Menéndez
Salmón nos cuenta tres
historias que tienen el sino de la convergencia, bajo un eje central
protagonizado por un niño que transita por tres estados: un niño
muerto en la primera parte, un niño histórico en la segunda y un
niño que viene de camino en la parte final. Tres partes, desde lo
hondo de la herida hasta la luz, que hablan de las cicatrices del
dolor.
Hay
un trasunto vital en Niños en el tiempo
que engarza intencionadamente un episodio con otro. La novela arranca
con un texto de duelo por la muerte de un hijo que provocará la
ruptura de sus progenitores. La segunda parte de la novela recobra la
infancia de Jesús, su época más invisible. El interés de Menéndez
Salmón de recrear la
figura de Jesús se aleja del plano religioso para mostrarlo más
como personaje literario y terrenal.
Un
libro que se lee con la piel y el lápiz para subrayar gemas como
estas : El tiempo lo cura todo, incluso la pérdida más
insoportable (pág. 28); la
única aurora del hombre es el lenguaje
(pág. 107); no hay ficción que escape a la impostura
(pág. 133); la vida sólo tiene sentido como relato. Y el
relato, por definición, es falso
(pág. 135)...
Niños
en el tiempo responde a una
parábola sobre la literatura como liberación y medio para aplacar
el dolor. Un relato bello, filosófico y conmovedor sobre el amor y
la pérdida pero, también, un conjuro literario sobre el duelo y la
salvación.
Uno
tiene la sensación, siempre excitante, de haber descubierto a un
escritor existencial y egregio, como Ricardo
Menéndez Salmón,
para seguir leyéndolo,
porque irremediablemente se hace irresistible y necesario, como lo
han sido los seres perdidos de esta sorprendente novela.
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