jueves, 2 de octubre de 2014

Andanzas homéricas


La literatura no es un plato acabado. Un libro es algo incompleto, poco hecho, como la carne de los fogones, pendiente de acabar en la mesa del lector, el verdadero comensal del banquete. Entre el menú de novedades literarias de los últimos meses, tomé hace unos días la novela Las manos (Candaya, 2014) de Miguel Angel Zapata (Granada, 1974), su ópera prima en este género, un plato narrativo de nueva cocina en el que destaca su desbordante imaginación.

Zapata, un autor que hasta ahora cocinaba su escritura en la parrilla del cuento y microrrelato, sorprende a propios y extraños con este relato. En Las manos, las hazañas del protagonista se funden en una trama donde lo casual irrumpe con contundencia a partir de un inicio sorprendente que determina todo el recorrido que lleva a cabo Mario Parreño por el mundo, el singular personaje de esta historia rocambolesca, obsesionado en recuperar la copa del mundo de fútbol, robada por unas manos anónimas durante el desfile triunfal de la selección española por las calles de Madrid. La lógica que sigue desaparece y Mario parece un títere en manos del destino caprichoso y todo se convertirá en una odisea grotesca y delirante por el mundo.

Las manos es una aventura disparatada, trazada en una especie de viaje a Ítaca, donde el azar y el propio destino del juego metafórico conducirán al lector a Viena, Nueva York y Tokyo, para después regresar de nuevo a Madrid acompañando al protagonista que retorna más ensimismado y cariacontecido a su hogar.

La última propuesta literaria de Miguel A. Zapata es todo un ejercicio estilístico de principio a fin en el que da rienda suelta al discurrir de la imaginación, con mucho jazz de fondo para alivio de las reflexiones delirantes que salen de la cabeza enferma de su protagonista, un sujeto depresivo, hijo de un padre suicida y de una madre menguante. Zapata parece escribir con la técnica de la escritura automática por su desenfreno y pasión. Además su fuerza expresiva se apodera tanto de situaciones esperpénticas como de reposos melancólicos que aquejan a su personaje, un estereotipo acostumbrado a encogerse de hombros, pero que no rehuye de la aventura.

Las manos es un libro original y atrevido, con una prosa provista de ardorosa inquietud, a veces compulsiva, pero rebosante de humor caústico y rebeldía, un sello propio de este joven profesor granadino que podemos contemplar también en sus anteriores libros de microrrelatos y cuentos.

Miguel Angel Zapata ha escrito la historia de un héroe, su Marco Polo Parreño, para interpretar la suerte del destino donde la épica futbolera es sólo un motivo para indagar sobre el verdadero asunto de nuestra existencia: la búsqueda de un grial que justifique el sentido que tiene la vida; un asunto en el que se reafirma el protagonista al final del libro: Dadme un punto de apoyo y me inventaré que existe el mundo.

Las manos, en suma,  es una odisea de vuelta al punto de origen, una andanza homérica de un hombre que se había arrogado el papel de héroe y vuelve desgastado como una goma de borrar que hubiera perdido fragmentos de sí en su viaje por el mundo. (pág. 251)

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