jueves, 21 de abril de 2016

Belleza y memoria

En el ámbito de la tradición literaria, uno de los temas recurrentes de mayor relevancia es el viaje como representación de la misma existencia humana. Adquiere, por así decirlo, el estatus de símbolo o metáfora de la propia vida del hombre. En los textos literarios, el viaje simboliza una aventura y una búsqueda, como destino insalvable, inevitable para los personajes que protagonizan la historia. Se convierte en una necesidad que les obliga a huir de sí mismos y de sus propias realidades para enfrentarse a una nueva que les permitirá volver sobre ellos mismos y darles un sentido nuevo a sus vidas inciertas.

La escritora hispano-argentina Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) rescata una novela que empezó en 2008 y terminó de revisar en 2015 y que parte desde ese eje iniciático propio del hecho de viajar, pero que se adentra, además, en la memoria, un asunto obsesivo en el quehacer literario de la artista. En Petrarca para viajeros (Pre-Textos, 2016), la dependencia del pasado, la imposibilidad de abdicar del ayer, está presente en todo el relato. En este viaje propuesto por la autora, el lector se encontrará en un trayecto que transcurre en un tiempo corto, que transita por la Europa mediterránea y que viaja por el interior de sus personajes principales: Andrés, un joven dibujante de diecisiete años en busca de futuro, y Noa, una mujer, joven y bella que cambia radicalmente su presente para experimentar el vértigo y la locura de una nueva vida. La historia del guardagujas, el tercer protagonista de la novela, posee el contrapunto especial de un hombre marcado por la memoria histórica. Su testimonio perpetúa el pasado y la conciencia de reconocerse sujeto a la memoria, porque sin esa atadura su identidad dejaría de tener sentido.

A través de la confluencia del pasado y el presente, la novela transcurre por una ruta ferroviaria sobre el Mediterráneo en busca de respuestas a través del arte y de la mirada de sus personajes que, en realidad, no dan satisfacción a las preguntas y a las observaciones que cada uno de ellos se plantea. El título conjuga la presencia de ese humanismo vivaz, en busca de la belleza, como anhelaba el poeta Petrarca, bajo el prisma e impulso de dos viajeros jóvenes que emprenden su aventura en pos de alcanzarla. Hay también en esta obra un parentesco notorio con los cuentos de El libro de los viajes equivocados (2011), en el que Obligado incide en esa diáspora del que emprende otro camino fuera de su tierra, desde el azar de cualquier lugar, hasta arribar incluso en la costa albanesa, en el Jónico, el mar de Ulises, donde naufraga poco antes de su regreso a Ítaca.

Todo viaje sugiere el retorno a otras épocas, como ocurre en Petrarca para viajeros, un periplo narrativo que trasluce buena parte de la historia europea con nombres propios de lugares, desde la estación de Angoulême, los campos de concentración de Mauthausen, el Sena, Florencia, Roma, el Adriático y Corfú, hasta el regreso a Ancona, un pequeño puerto italiano.

Hay toda una simbología latente y explícita en esta intensa nouvelle, de elipsis continuas, que conforman meridianamente el universo literario de Clara Obligado: la memoria, la pasión, el viaje, la identidad, la inmigración, el destino, la conciencia histórica. Cada una de ellas tiene su presencia en la trama y se intercala en la pericia narrativa para conducir al lector por una historia de fuerte calado compasivo. El sufrimiento y la empatía afloran hasta el punto de que la novela concluye con una epifanía humanística sobre la solidaridad de la mano de una inmigrante albanesa, capaz de conmoverse por la situación de otra persona necesitada de ayuda.

Aunque el lector de hoy en día sigue adherido a los encantos de la novela como género predilecto, el relato breve e, incluso más, la novela corta va calando de manera creciente en sus gustos, no solo por lo que abrevia su construcción narrativa, sino también, como le ocurre a Petrarca para viajeros, por lo mucho que insinúa y atesora entre líneas este formato, cosa que al buen lector le seduce mucho y agradece por su concisión y economía de tiempo en un mundo cada vez más rendido a las prisas.


 Quien se suba a bordo de este tren narrativo, de prosa ligera e intensa, infinita pese a su brevedad, que maneja con sutileza y hondura asuntos profundos de la humanidad, que se lee en una sentada, y que es capaz de condensar el trayecto propio de un convoy de largo recorrido en uno de cercanías, sentirá el deleite de haber viajado en un transporte sin demoras y la recompensa, a su vez, de una lectura perdurable.

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