viernes, 2 de junio de 2017

Teclado poético

Se ha dicho que leer un libro es habitarlo. Cabría añadir que al leer un libro dejamos que su autor nos habite y se asome a nuestros ojos ávidos de curiosidad, que es otra forma de decir que hay un pacto temporal en el que dos extraños pueden conocerse y reunirse en términos de igualdad, en una relación vis a vis, autor y lector, colaborando juntos.

En la poesía, ese acuerdo tácito es aún más misterioso. Quien escribe poesía es un elegido, un sujeto que se propone decir lo máximo con lo mínimo, que se empeña en emocionar, alegrar, mejorar o salpicarnos de barro si fuera preciso. La poesía es agua mineral, agua que moja por donde pasa, que acaricia, pero también agita y chorrea.

Itziar Mínguez Arnáiz (Baracaldo, 1972) es una poeta que lleva más de diez años mostrando sus andanzas poéticas cumpliendo largamente con el lema ineludible de Pound: “Lo esencial de un poeta es que nos construya su mundo”. En su primer libro, La vida me persigue (2006), un diario fatalista en verso, en el que el protagonista deja testimonio de su empeño en aspirar a ser el poeta que siempre lleva dentro de sí, harto de dar cuerda a un reloj a deshoras. Después llegarían dos poemarios complementarios: Luz en ruinas (2007) y Cara o cruz (2009) que se sumarán a su apuesta de contar historias a pinceladas, poesía elíptica extraída de las calles y aceras, del metro, de las rutinas, de las derrotas y anhelos que supone vivir. Más tarde, con Wikipoemia (2014) da un viraje hacia otras intuiciones poéticas a través del significado particular de las cosas. Con Cambio de rasante (2015) retorna a reivindicar sus poemas nacidos en los confines domésticos, en los asuntos cotidianos, fuente de inspiración y de escepticismo permanente donde las tormentas, la lluvia, los charcos, los paraguas, los platos rotos, las prohibiciones, la mirada introspectiva y la melancolía contenida se hacen ver: Un poema sin rima/ todavía/ pero sin lluvia/ no es un poema. Con su siguiente libro, Que viene el lobo (2016), gana el Premio de Poesía Nicanor Parra, un poemario emocionante y desnudo bajo el discernir del tiempo y de la justicia poética, en un diálogo crudo y persistente sobre la vida y sus amenazas.

QWERTY (La Isla de Siltolá, 2017), su última propuesta literaria, es otro salto poético, arriesgado, pero feliz, desde dentro de la creación, desde el propio taller literario, una ventana para el lector donde merodear por la génesis y anatomía de la composición e inspiración de su poética, a veces, bajo la apariencia de “búnker” o bajo la arquitectura de un “tetris” o, también, renacido por una historia de amor inducida por la escritura, como concluye su autora en estos versos: La vida es/ lo que sucede/ entre el primer/ y el último verso, sin tenerse que rasgar las vestiduras ni sobrevalorar el oficio inacabado del poeta: En la vida / como en la escritura –subraya–/ hay que fallar muchas veces/ para acertar una/ y en ocasiones ni eso.

Tratando de buscar respuestas, Itziar Mínguez indaga en este poemario sobre el porqué de la escritura por medio de la desnudez de sus composiciones “en clave de historia de amor”, como dice ella misma en la nota final del libro en la que desvela lo que significa el binomio establecido entre escritura y vida: “La poesía es para mí una disyuntiva que me hace optar unas veces por el poema y otras por la vida. Pocas veces coinciden pero cuando se dan al mismo tiempo es la leche”.

QWERTY es un teclado compositivo que aguarda en sus piezas la autobiografía poética de su autora, sin retórica ni aspavientos, concebido desde la vocación y la consciencia de que El de poeta/no es un oficio/ del que puedas salir/ indemne, como refrenda el poema Riesgos Laborales. La singularidad expresiva de la voz poética, tan propia suya, remite a un modelo estético basado en la sencillez del poema, ese que entiende a la poesía como una miniatura verbal, como un hecho lingüístico que no precisa alzarse sobre una estructura elevada, ni necesita ningún sustento artificioso para su autosuficiencia y validez.

Itziar Mínguez le hace guiños permanentes al lector de su poesía y, a la vez, lo toma amistosamente de la mano para animarlo a acabar sus elipsis o lo induce a experimentar reticencias. Estamos ante un libro inteligente, apasionado, aforístico, sin puntos ni comas, ni falta que le hace, lleno de humor, irónico y transparente. Sus poemas sitúan al lector de pronto en el ámbito de la confidencialidad, en la realidad del sujeto poético que los conforman, sin apenas ruido, pero con una audacia sobresaliente.


QWERTY, en suma, participa y continúa de esa entonación poética de rango sencillo y contenido tan propio de la vizcaína, pero en esta ocasión menudea, sin rodeos, por el territorio portátil de la creación poética poniéndolo a la suerte o al dictamen del lector, eso sí, sabiendo, que el poema manda/ es él quien tiene/ la última palabra.

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