jueves, 24 de junio de 2021

El largo tiempo de la vida


Un instante eterno (Siruela, 2021), del filósofo, ensayista y novelista Pascal Bruckner (París, 1948), es un inteligente, bello, apasionante y permeable ensayo que nos invita a reflexionar y a ver de forma distinta esa edad avanzada a la que aspiramos llegar todos en las mejores condiciones. Escritor prolífico, entre sus obras de ficción cabe destacar Lunas de hiel (1981), adaptada al cine por Roman Polanski en 1992 y Un buen hijo (2014); y entre sus ensayos, sobresalen La tentación de la inocencia (2002) y El vértigo de Babel (2016). Nacido en el seno de una familia mitad protestante y mitad católica, su vida ha estado marcada por la contradicción y el espíritu provocador. Hoy por hoy es unas de las voces más sobresalientes de su generación en el panorama intelectual francés.

En esa “filosofía de la longevidad”, que es como Bruckner subtitula a su reciente obra, resalta la condición mortal del hombre, teniendo en cuenta, cómo se manifiesta el largo tiempo de vida en él. La edad, nos dice en los prolegómenos del libro, es “una convención a la que todos nos adaptamos más o menos de buena gana”. Señala también que la vejez ya no es solo la suerte de unos pocos supervivientes, sino que, en estos tiempos, es el fruto del que goza una gran parte de la humanidad. Ya sabemos que la ciencia y tantos otros avances en nuestra sociedad han añadido años a la vida de la gente, pero, como bien se dice a lo largo del libro, solo depende de nosotros añadir vida a nuestros años. Está muy presente que la simple esperanza de vida no es lo que más debemos querer, sino que debemos preferir una esperanza de más y mejor vida.

Sobre el arte de aceptar la vejez, Bruckner indica, acudiendo a los libros de filósofos y pensadores, que “la longevidad no es una mera suma de años, sino que cambia profundamente nuestra relación con la existencia”. Parece más bien indicarnos que la vejez representa en la vida humana el período de la prueba decisiva, la etapa en la que se concentran mayores obstáculos para alcanzar la felicidad, porque, a partir de cierta edad, la preocupación ya “no es tanto cambiar la propia vida como preservar lo mejor de la misma”. Y en esa cadena de actitudes y perspectivas, el autor, a lo largo del libro, va desgranando citas y evocaciones de pensadores clásicos y contemporáneos, como Aristóteles, Marco Aurelio, Montaigne, Thoreau o Gilles Deleuze para dar rienda suelta a sus reflexiones, en pos de hacer valer su idea del significado del buen vivir como proyecto de vida: filosofar sobre la edad, subraya, es aprender a vivir, y sobre todo a revivir. Cada momento, cada día, como aquí se apunta, se convierte en una metáfora tenaz de la existencia.

Conforme va uno leyendo hay dos verdades persistentes que se van alternando. Por un lado, la que sostiene que solo los años traen el arte del matiz. La otra, quizá más sentenciosa, y no menos compleja, se refiere a que la edad reduce las incertidumbres. Por eso mismo, como aquí se nos recuerda, no nos tenemos que engañar con esperanzas tontas, porque a partir de cierta edad, ya no se puede poner la vida en juego como quien lanza un dado al puro azar. El cuerpo no miente; el cuerpo manda, avisa y nos dice: “el futuro todavía es posible, pero en mis términos”. Bruckner pone su agudeza y comprensión sobre el sentido del desgaste del cuerpo, para señalar que es mejor perderle el miedo, que nos conviene pensar y vivir la vejez con naturalidad: “Llega un momento en que la salud consiste en pasar de una enfermedad a otra, sin hacernos ilusiones, donde la recuperación es más lenta y la convalecencia más larga, evitando así la peligrosa preeminencia de un solo patólogo y propagando la amenaza entre varios”.

Digámoslo de otro modo, lo que subyace a lo largo de este intenso y lúcido ensayo, no es otra cosa que constatar que vivimos sobre el abismo, y, conscientes de él, es algo que con los años se hace más palpable. El hombre se sabe mortal y es su destino, como apunta el filósofo, el que le despierta la tarea de pensar y, cómo no, de tratar de alcanzar la plenitud de la vida en el transcurso de una existencia que, a medida que pasan los años, conjugue su sentido y gozo mientras se aproxima su punto final.


Pascal Bruckner nos entrega un libro existencial brillante, un manifiesto vívido y jugoso, muy bien estructurado, que se lee con gusto e interés, gracias a su claridad expositiva y a la buena traducción de Jenaro Talens, un texto con mucha verdad explícita que otea, desde la atalaya propia de la vejez, el sentido de la vida, a la que contempla con un decidido empeño de autoestima, respeto y compromiso.

Un instante eterno es justamente una lectura vindicativa, un alegato sobre la edad tardía, una manera de meter la vida en un libro para tomarle el pulso al tiempo y darnos que pensar.


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