A los que nos gustan tanto los relatos lo hacemos para divertirnos y emocionarnos, incluso hasta para nuestro aprendizaje y gozo intelectual, ese mismo que despierta en nosotros el efecto inusitado de compartir una experiencia fascinante y excepcional por medio de historias que apelan a descubrir hechos insólitos extraídos de la vida cotidiana. Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) apuntala ese grado de expectación en favor de la conexión con el lector con Autoficción (Aristas Martínez, 2021), probablemente su libro de relatos más original y jocoso en el que reúne diez piezas breves, alguna con tan solo una página, lo suficientemente audaces para hacernos rehenes de la tragicomedia que representan los personajes de su inventiva, no exentos de ternura, con la misma perplejidad con la que nos enfrentaríamos a lo real y cotidiano de nuestras propias vidas.
De cada una de sus historias surgirá un pálpito o un destello que irá más allá de su propuesta inicial, como un señuelo y nos conducirá, con destreza y sagacidad, a un vislumbre del mundo real de la propia calle que habitamos, pero reimaginado. Pequeñas escenas cotidianas que se entremezclan con aire surrealista, resplandores, ironía y humor a destajo. En el primero de sus relatos, que pone título al libro, se diría que el autor se parodia como profesor de taller de escritura. Pero aquí, fija más su mirada en el narrador-alumno, que es quien cuenta su experiencia en clase y la dificultad que tiene en seguir las instrucciones, para dejarse impregnar por lo que circunda a la autoficción, que parece inundarlo todo.
En los siguientes, conoceremos, por ejemplo, el plan de un activista miembro de una organización internacional contra los iconos, obsesionado con destruir las vallas del mítico toro de Osborne. También conoceremos a las dependientas de una tienda de ropa, de esas de toda la vida, que se ríen a pierna suelta, a espalda de los clientes, así como el relato de un anciano socarrón que recorre una y otra vez la línea de circunvalación del autobús de su localidad, o el del joven buzo que prepara los salmones para que Franco los pesque con suma facilidad.
Todas las historias ideadas que transitan por Autoficción imaginan a un personaje obnubilado por un deseo, a veces imantado por una extrañeza o perplejidad. Márquez deja paso a que el deseo de sus personajes inciten y escruten la realidad circundante, aunque sea distorsionada para que, a su vez, abra un resquicio a la posibilidad de otra historia espejo que realmente se toque con la nuestra. Uno lee Fírmeme aquí y no puede evitar cierta sintonía o reflejo de la realidad que le rodea y preguntarse si no le convendría hacer lo mismo que la protagonista del cuento, y salir pitando a una casa de empeños y dejar en prenda a un cuñado incómodo sin importarle el dinero que le puedan dar por él.
Con todo, como la vida misma, ocurre también que cada personaje que transita por Autoficción se ve envuelto en una circunstancia particular y significante, vinculada a querer sacar provecho de su situación, a desear lo indecible, e incluso a posicionarse frente al deseo de otros, como le ocurre a quienes confluyen en Redes sociales, un relato armado de seres recurrentes e insignificantes que ocultan sus vidas tras la hipocresía social establecida para ampliar sus seguidores ad infinitum.
Juan Carlos Márquez escribe con enorme soltura y eficacia, lleva a sus personajes al punto o extremo señalado y obliga al lector a obrar como testigo. Un pulso extraordinario entre escritor, lector y personajes, que es lo que distingue a la buena literatura.
Muchas gracias, Jimy, he encontrado la reseña por casualidad y me has alegrado el día, que venía ya alegre tras la victoria del Athletic contra el Real Madrid.
ResponderEliminarCelebro que la encontraras y también del pase del Athletic, se lo mereció. Buen finde.
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