La literatura debe apelar a la imaginación. La imaginación es de hecho la carne y la sangre de la literatura, como diría Cynthia Ozick. Incluso va más allá: la literatura –sostiene la escritora estadounidense– no es más que un pacto necesario entre el lector y el escritor para crear un espacio de controversia e imaginación común, capaz de dar sentido al texto. Aun sabiendo que los seres humanos somos imponderables, y rara vez se nos puede aprehender solo con palabras. Sin embargo, los lectores descubrimos cada vez más que toda narración se hace de palabras y elipsis. Palabras y silencio que se encarnarán en personajes, en acciones que urdirán argumentos y tramas, en ideas acerca del mundo y en referencias a espacios y tiempos donde transcurrirá la historia imaginada, dispuesta para sorprendernos.
Si hay un género literario que encaja como ninguno en lo dicho y que siempre alimentó en mí el entusiasmo por la lectura, y sigue haciéndolo todavía, es, sin duda, el cuento. Precisamente el cuento, por lo que posee de laboratorio en su concepción, es pura dinamita, un género bien aquilatado para reflejar, en su brevedad, muchos de los contratiempos que la épica cotidiana nos reserva. Podríamos decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a alguien que comparta con nosotros, los lectores, lo común de su condición humana en una situación inquietante, insólita e, incluso, cómica, tanto en su atmósfera, en su trama, en su lenguaje, tanto como en la complejidad de su desenlace.
Los cuentos reunidos en Quitamiedos (Talentura, 2021), de Trifón Abad (Murcia, 1979), su segundo libro de relatos tras Que la ciudad se acabe de pronto (2018), finalista del prestigioso Premio Setenil de Cuentos, surgen de nuevo bajo ese mismo dictado efectista y épico, con aire de apariencia invisible e insólita. Albergan un cierto orden temporal del que se proveen los personajes que lo habitan, apurando sus vidas cotidianas, pero estas se verán condicionadas por la irrupción de algo inesperado, sobrevenido, como quien no quiere la cosa: narraciones de apariencia insólita que recalan en lo cotidiano, historias que se sumergen a veces en lo fantástico y siempre acaban ofreciendo al lector un soplo de inquietud o miedo.
En los once cuentos de ahora, lo que le importa a su autor es la dosificación de la información y el crescendo reforzado de cada relato en el que, de una manera u otra, lo extraño, el miedo y lo controvertido de sus personajes conformarán el germen determinante de la historia. En esa misma idea de la que hablaba Poe, la de concebir el cuento como una esfera en la que los detalles que aparecen al principio de la narración ya contengan y vaticinen su final. En el primero de ello, que pone título al libro, narrado con precisión, atento a los detalles, un casco de moto parece estar implicado en un accidente mortal que esconde inquietantes conexiones. En Réplica, el segundo de los cuentos, punteado con imágenes y diálogos reveladores, el afán obsesivo de un padre, coleccionista de figuras de Star Wars, tensará al límite sus arrebatos hasta llevarlo a su propio aislamiento.
En los cuentos de Beneficencia, así con en Tapiyuka o en Antípodas, nos encontramos con tres situaciones que brillan por su realismo, que en el fondo, a lo largo de cada una de sus historias, se va colando con cierta incomodidad una incertidumbre que va trepando, como si algo ominoso respirara bajo la superficie de las palabras. Llegamos a Subterfugios, uno de los mejores relatos, en el que se cuenta cómo alguien es capaz de aislarse en plena pandemia dentro de su coche, encerrado en su propio garaje, como lugar de refugio, sin sospechar de los peligros del inframundo que allí mismo se ocultan.
Hacer brotar una buena historia de asuntos corrientes tiene su miga. Tiene que estar muy bien contada para que nos seduzca y atrape a un tiempo. Ha de resolver su misterio con su dosis de aventura y anomalía. Trifón Abad sorprende por eso mismo, por su fuerza narrativa y, sobre todo, por su buceo en las emociones y rarezas de quienes las protagonizan. Los lectores, ya se sabe, amamos la épica, y en estos cuentos se notan sus latidos y sus giros.
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