miércoles, 6 de septiembre de 2023

Pese a todo


«¿Y quién puede discernir en la vida lo auténtico de lo ficticio? En la Historia más rigurosa, ¿podemos acaso evitar la infiltración de lo imaginario?», se preguntaba en su momento, Azorín, a la hora de hablar de cómo la crítica debería acometer su misión de explicar genéticamente una obra, captando su origen y desarrollo hasta el resultado final de la misma. Por eso mismo, el efecto máximo de la lectura está en dejarse poseer por lo ajeno, por el propio texto, la visión, la mirada y la expresión de otro. Es decir, a los lectores nos conviene partir de una postura generosa y receptiva, al leer. Incluso sin importarnos que aquello que el autor cuenta se convierta en verbo reflexivo por propia decisión: contar se convierte en contarnos.

Todo este discernimiento liminar se deja ver con mucha sutileza en Sirimiri (Editorial Milenio, 2023), debut literario de Araceli Cobos (Baracaldo, 1976), una novela que va trenzando su trama, por medio de sucesivos capítulos cortos, con una sencillez tan notable como eficiente para llevar al lector en volandas a través de una historia situada en los años ochenta en el pueblo vizcaíno de El Valle. La infancia y juventud de Ana, su protagonista, conforman el núcleo del relato. Con emoción y destreza narrativa, Ana va desmigajando anécdotas y vivencias provistas de alegrías y angustias, dejando ver unos años nada fáciles y, a veces, duros para los vecinos de una población industrial, la suya, agitada por la crisis siderúrgica, la expansión de la droga y la creciente actividad terrorista, con no poco desasosiego e incertidumbre.

El retrato que realiza de esa década y de la cotidianidad de sus familiares y convecinos, nos retrotrae al contagio ambiental de la población y su estado de ánimo convulso. El tiempo climático también parece afectado. Asoman las inundaciones de hace justo cuarenta años, precipitaciones que sobrepasaron cualquier metáfora. Su alcance quedó forjado y marcó la memoria de todos, y más aún la de la protagonista, que lo recordará años después con detalles. Y mientras tanto, la presencia constante del sirimiri le sirve a la narradora como acicate y leit-motiv literario para cambiar de secuencias, soñando con todo lo bueno que está por venir: “Y ya se sabe que mientras uno sueña con lo que está por llegar vive feliz en sus sueños”. Hay una sensación mientras leemos de que el discurrir del libro viene hilado de antemano, como si se escribiera solo, valiéndose de cierta ingenuidad que lo hace entrañable y acogedor, pese a todo el contexto por donde transitan sus historias.

Sin duda, Araceli Cobos es consciente de que escribir una novela es habitar en otra dimensión, nadar en un mar de dudas. Eso lo sabe todo escritor que se precie, es su privilegio, bendito privilegio. Sirimiri es una novela que se deja querer, que encuentra el tono de lo que quiere contar por muchas razones: posee pasiones contenidas y verdades desbordadas, como la lucha, la ilusión y la fatalidad. Es una novela que deja ver lo que su autora tenía decido ya en su cabeza, si no, no la hubiera plasmado con ese desparpajo que la envuelve, y que nos revela lo que añora de la realidad, sin importarle que incluso hay que escribir a contrapié, y hasta con la vida en contra. La literatura así lo exige.


En Sirimiri lo esencialmente vital, emocional y familiar se palpa en sus páginas, y con el mismo énfasis, lo social, lo laboral y lo político. El lector lo descubre en cada pasaje descrito y en las consecuencias que determinaron esta aventura literaria en la que se embarcó su autora, de la que se valió de sus propias vivencias y de su imaginación para entender mejor estos sucesos sociales tan cercanos a su hogar. Seguramente, la publicación de este libro tan revelador y afectivo, que toca grandes temas de la vida, como la convivencia, la esperanza, el amor, la familia, la sociedad, el dolor, la violencia y la política, sigue despertando esa rémora íntima de años de un silencio frustrante y desigual.

Araceli Cobos ha escrito una novela que posee un pálpito de reconciliación tangible, en el que no se rehúye del aprendizaje vital, ni de la intolerancia política, sino que transita en pos de la convivencia discrepante, un libro gozosamente íntimo que permite una lectura intensa y rítmica, gracias también al tono sencillo de su prosa y a los intercambios de escenarios y voces que van interactuando. Sirimiri es pura literatura vivencial.


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