Los
lectores de La librería ambulante
quedamos gratificados con las insólitas peripecias de sus
protagonistas, Helen y Roger, a bordo de su carromato por los campos
de Nueva Inglaterra, vendiendo libros. La librería
encantada, un
asilo libresco atendido por un chiflado y una lunática (pág. 20), es la continuación consecuente de la entretenida y divertida novela
anterior de Christopher
Morley (Pensilvania, 1890
– 1957). Aquí, los protagonistas han madurado y se han establecido
en el corazón de Brooklyn, según los deseos del Sr. Mifflin. “El
Parnaso en casa está ubicado en una de esas confortables
y antiguas construcciones de piedra marrón que han hecho las delicias de
generaciones de fontaneros y cucarachas”, (pág. 11).
Parece
que ahora en Gissing Street, donde se ubica la librería de los
Mifflin, todo está en calma y sosiego, pero no es así. Estamos al
final de la Primera Guerra Mundial, en el meollo de una época
convulsa, repleta de avances técnicos, espionaje y mucho suspense. A
pesar de que para Roger y Helen acabaran sus aventuras rurales, no
dejarán de vivir situaciones divertidas y rocambolescas en su propio
negocio. Allí acuden todo tipo de personas y se dejan seducir por la
personalidad de Roger que siempre está dispuesto a ayudar a sus
clientes y a asesorarles de lo que él sabe de forma apasionada: los
libros. “No hay nadie más agradecido que un hombre a
quien le has recomendado el libro que su alma necesitaba sin
saberlo”, (pág. 19). Por allí pasarán
hombres de negocios, un joven publicista, farmacéuticos alemanes y colegas libreros que forman parte del Club de la Mazorca, un foro de
discusiones sobre el negocio de los libros, entre otros. Aunque para Roger, un
especialista en biblioterapia (pág. 22),
lo que más le anima de su negocio es transmitir el verdadero
espíritu de amor a los libros, que él denomina bibliodicha, (pág. 76).
La librería
encantada
es una historia llena de referencias literarias muy británicas,
donde la pasión por los libros es el leitmotiv del discurso
narrativo desplegado, escrita en tercera persona y narrada
magistralmente por Morley
con
destellos de humor y sarcasmo. Destaca las innumerables citas de
libros en muchos de los pasajes de la novela que invitan a subrayar y a destacar
para futuras lecturas.
Christopher Morley |
Es una obra incisiva, divertida, donde los libros son el corolario de todo
el argumento y donde la intriga policial pone un tono de excitación
en la trama del relato, dedicada por el autor americano a los
amantes de los libros y muy especialmente, en su escueto prólogo, a
todos los libreros.
“Vivir
en una librería es como vivir en un depósito de dinamita. Esas
estanterías están cargadas con los más temibles explosivos del
mundo: los cerebros humanos" (pág. 28). Esto, tan incendiario y vehemente, es cosecha de un librero poco
común, un letraherido convencido de que “los
libros contienen los pensamientos y los sueños de los hombres, sus
esperanzas y empresas, y sus personajes inmortales. Es en los libros
donde casi todos aprendemos lo increíblemente valiosa que es la
vida” (pág. 141). Porque los libros son la respuesta a todas nuestras perplejidades, (pág. 201). Y este libro es un logrado ejemplo de lectura recomendable.
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