lunes, 28 de octubre de 2013

Un viaje por la órbita Murakami


Hace diez años me habían trasladado a una de las sucursales que el Banco tenía en un pueblo de la bahía de Cádiz. Para mí, que procedía de los servicios centrales, aquel cambio lo interpreté como un castigo al principio, pero mi rápida adaptación al nuevo escenario laboral lo transformó, para mi bien, en una experiencia personal imborrable, gracias al contacto diario con los clientes. Es curioso cómo la gente habla sin reparos de sus intimidades cuando se trata de poner a buen recaudo su dinero. La oficina se convierte en una parroquia financiera donde los empleados, muchas veces, oficiamos de sacristanes y confesores espirituales al uso, mientras tanto, los clientes se transforman en feligreses y acuden a redimir sus deudas o a confiar sus ahorros al credo bancario. (Ahora, las cosas en este terreno han cambiado bastante con la crisis económica). Allí en la oficina conocí a un joven cliente que estaba casado con una japonesa. Solía venir una vez al año a visitar a su familia y, de paso, acudía a pedirme asesoramiento sobre sus yenes ahorrados para buscar mejor rentabilidad que la que le ofrecían los bancos del país de su esposa. Hicimos amistad con el tiempo y, como sabía de mi interés por los patrones culturales de los japoneses, me recomendó el libro de Ruth Benedict, El crisantemo y la espada. Compartimos otras lecturas y otros autores, y descubrí la literatura de Haruki Murakami (Kioto, 1949): Tokio blues, De qué hablo cuando hablo de correr, After dark, Después del terremoto..., libros que me parecieron tan cinematográficos como literarios. Desde entonces, el escritor japonés cada vez se afianza más entre los anaqueles de mi biblioteca.

Acabo de leer Los años de peregrinación del chico sin color, editado, como los anteriores, por Tusquets. Parece que el sello editorial lo había tenido impreso días antes de la designación del premio nobel de literatura para sorprender al público lector, ya que, nuevamente, Murakami entraba en las quinielas, pero como todos sabemos, la canadiense Alice Munro se interpuso.

Murakami vuelve a las librerías con una novela sobre la amistad, el amor y la soledad. Una obra con un sentido metafísico de la inocencia de sus jóvenes protagonistas, que aborda el sexo, la belleza y la muerte. Murakami es un rastreador incansable de historias de jóvenes e igual que les ocurre a muchos japoneses de su generación, también le apasiona el pop, el rock o el jazz. En Los años de peregrinación del chico sin color aparece la música, que siempre está presente en el escritor de Kioto, como una melodía que acompañará la trama de su novela para salvar la insatisfacción de sus protagonistas: “Le mal du pays”, una exquisita pieza de Listz que se hace visible por los diferentes pasajes del relato y que hará meditar a Tsukuro, hasta el punto de afirmar que la vida es una compleja partitura; aparece también el elemento del miedo a la vergüenza y el fantasma del suicidio como solución al rechazo originado por los otros. Con este planteamiento, los cinco personajes de la novela forman un grupo de fieles amigos que dan un valor superior a su relación que al destino individual de sus propias vidas. Para estos jóvenes no hay nada más importante que la amistad que se tienen, de manera que vivir unidos en Nagoya, compartir sus vivencias y no renunciar a este vínculo tan fuerte, supone que el grupo es una meta mayor que la que cada uno emprendería a solas. Pero Tsukuru Tazaki, el protagonista de la historia, ignora por qué ha sido expulsado del grupo, sin explicación alguna. Esta circunstancia se convertirá en un golpe tan duro que su infelicidad y autoestima, rebajada a los suelos, le conducen al borde del suicidio. Para describirnos los sufrimientos por los que Tsukuro transita, el escritor japonés recurre a los mitos y al mundo onírico, de modo que los sueños eróticos que el personaje comparte con Shiro y Kuro revelan que, incluso, la amistad, como vínculo, puede llegar a perturbar su propia existencia. No obstante, como afirma Fernando Aramburu, Murakami parece mostrar a sus innumerables lectores un camino más o menos de salvación. Entonces empieza su peregrinación y búsqueda. Tsukuro emprende un viaje, dieciséis años después, para reencontrarse con su amigos y liberarse de la atadura del pasado. El resultado de esa tarea, de la explicación sobre lo sucedido en los años de juventud, le activará una madurez que tenía truncada. No sabemos qué ocurrirá con esta vuelta a la realidad, un enigma que Murakami no resuelve al final de la novela.



Haruki Murakami vuelve con su sello inconfundible, y aunque Los años de peregrinación del chico sin color no sea lo mejor de su producción, su oficio narrativo y el conocimiento de una sociedad tan solidaria y atávica como la japonesa, hace que esta novela tenga su lado sorprendente: la órbita amena y literaria que Murakami traza con maestría..

jueves, 24 de octubre de 2013

Epifanías fragmentarias


Confieso que desde que leía a Gracián, Cicerón o Epicteto, y también a los aforistas franceses, me aficioné obsesivamente por la escritura fragmentaria, por los pensamientos fugitivos. Una lectura que siempre me obligó llevarla a cabo acompañado de un lápiz y una goma de borrar, para subrayar y hacer anotaciones propias sobre los márgenes de las páginas, o para marcar señuelos para próximas relecturas con sus correspondientes signos: una flecha, una bombilla, un asterisco o el dedo índice señalando algún mensaje ineludible. Una tarea que siempre me ha producido grandes satisfacciones y de la que no he dejado de frecuentar. De un tiempo a esta parte he añadido una nueva herramienta: el rotulador fluorescente, que hará las funciones de palimpsesto en años venideros. Lo cierto es que cuando finalizo la lectura de uno de estos libros, descubro que lo leído se ha transformado en otro volumen, en un ejemplar reescrito y tuneado por mis incursiones. La mayor sorpresa se la lleva uno cuando al cabo de unos años retoma el mismo ejemplar leído y verifica que la mayoría de las huellas perduran y siguen reconfortándole.

Descubrí a Roger Wolfe (Westerham, 1962) en una de mis frecuentes visitas a internet, en este caso, explorando el catálogo de la editorial catalana Huacanamo. Un hallazgo que me ha hecho evocar mis lecturas convulsivas de Cioran, ya que algo de maldito encierran sus afiladas epifanías. Un inglés afincado desde niño en España que no pone reparos en aceptar las influencias del rumano, las de Bukowski o, incluso, reconocer la autoridad del entrañable y cascarrabias Baroja. Wolfe se inició publicando poesías con la obra Diecisiete poemas. Su producción poética alcanzó más de una decena de libros, el mismo número que sumó después entre el género narrativo y el ensayo.

Siéntate y escribe es un libro que al propio Wolfe le gusta denominar como ensayo-ficción, un subgénero que dice haber inventado gracias a su tarea de ir recogiendo ideas esparcidas por su vida, notas, apuntes de diario o pequeños poemas en prosa; una recolección de fragmentos vitales. Pero si algo destaca en su estilo es que es un escritor que escribe con el oído. Para él no hay mayor sostén del discurso escrito que el ritmo, y por eso siempre está atento a su sonido. Este género mestizo lo funde todo: prosa, poesía, aforismo, sentencia, hasta acercarse a una escritura todo terreno. Siéntate y escribe no es un libro corriente, es un texto valiente y descarado que recoge un compendio de reflexiones anotadas entre los años 2002 a 2008. Uno tiene la sensación, cuando lo ha leído, de haberse expuesto en un cuadrilátero y haber recibido golpes de todas las hechuras, tanto por la contundencia del discurso, como por su desnudez y crudeza. Es un libro que transita por la literatura, el arte, la sociedad, la política, y las relaciones interpersonales, en el que se conjugan las dos caras de la moneda: el lado particular y el lado de los otros. Para Wolfe el artista es ese solitario cazador de epifanías, incansable viajero en busca de revelaciones, hallazgos y alumbramientos.

Nos hallamos ante un libro nada moralista, pero que viene a ponernos en alerta y señala, sin tapujos, que la vida es una enfermedad que se cura con el tiempo, y que en muchos de sus pasajes nos advierte de la conveniencia de bajar el volumen del ruido mundano para escuchar los sonidos del corazón propio: aprende a auscultarlo; aprende a latir con él. Un libro que habla de literatura, de la tarea del creador, que no es más que tocar fondo en su propio corazón, pero sobre todo, Siéntate y escribe es una obra que habla del sentido de la vida, cuya razón de ser no es más que la combustión y en esa combustión habría que saber quemarse.



Roger Wolfe ha escrito un ensayo ameno, con un talento brutal y certero, tanto en el fondo como en la forma de expresarlo; un ejercicio literario sin grasa, para mejor digestión de los lectores; un libro que recala y que conviene leer a los atrevidos.


domingo, 20 de octubre de 2013

Viaje a las ideas en el tiempo


Este título sería para mí la definición más aproximada al concepto que tengo de librería. Hablar de ellas es hablar de lo que en verdad encierran en sí sus libros y sus historias. Cada librería condensa un mundo. Siempre me han fascinado y siempre que viajo visito algunas de las que tengo anotadas en mi pequeño bloc; es un rito gozoso, reservado de antemano en la agenda de mi viaje. La emoción que percibo cuando entro en una es parecida a la siento cuando busco algo en Google: entro buscando un libro y por el camino encuentro otros, ibas a un destino y sales con otro pasaje. Y ahí se produce la magia, cuando sales cargado de otras buenas razones. En estos lugares existen tantas historias de clientes ocasionales, de visitantes asiduos, de libreros singulares, de encuentros inopinados y conversaciones que hacen que las librerías se llenen de un encanto irresistible, un refugio de letraheridos que en los años venideros (dios no lo quiera), estos templos paganos puedan perderse, fagocitados por los supermercados digitales de Amazon y sus adláteres.

Jorge Carrión (Tarragona, 1976) emprende un viaje por el mundo de estos maravillosos lugares con una obra homónima para redimirnos de tantas voces que en estos tiempos de crisis auguran su extinción. Librerías, publicado por el sello Anagrama, es un ensayo autobiográfico que encaja perfectamente en el género de viajes, y ahí radica, en buena medida, el éxito de este original trabajo, al estar escrito desde la experiencia personal, para contarnos la historia de las librerías más emblemáticas de los cinco continentes. Carrión transita de forma amena y rigurosa por estos espacios con nombres propios para hablarnos de sus fachadas y escaparates, de sus mostradores y anaqueles, y también para rememorar retazos de la vida de escritores adictos a estos templos, como Joyce o Bolaño, sin olvidarse de otros personajes más controvertidos, como el librero Mao o Hitler y Fidel Castro, lectores y asiduos de librerías. Hay mucho de crónica, anécdotas e historias en las 342 páginas de Librerías y mucho de reportero gráfico, hasta ochenta y seis fotografías, que vivifican y dan perspectiva al texto.

Carrión consigue en este libro que el lector entre en su obra como quien traspasa la cortina de un misterio para sumergirse en el laberinto maravilloso del mundo de los libros, ejerciendo de maestro de ceremonias, como librero accidental. Jordi pasea y traza un mapamundi de las librerías de las ciudades del mundo recorridas por él mismo. Librerías, finalista del premio Anagrama de Ensayo, es todo un derroche de inteligencia que se maneja hábilmente, tanto en el análisis literario y cultural, como en el dato histórico o la anécdota radical. Dice Carrión: “Las culturas no pueden existir sin memoria, pero tampoco sin olvido. Mientras que la Biblioteca se obstina en recordarlo todo, la Librería selecciona, desecha, se adapta al presente gracias al olvido necesario", (pág.300).

Librerías no es un manual de literatura, ni un extenso inventario, sino un ensayo con voz propia, la de Jorge Carrión, escrita con la intencionalidad de trasladar al lector las claves, perplejidades y dudas que le han sobrevenido en su aprendizaje personal. Se lee como un viaje de aventuras a través del mundo que encierran las librerías. Un viaje que tuvo su origen, como desvela el propio autor, en su juventud cuando auxiliaba a su padre, agente del Círculo de Lectores, en las entregas de los libros por el barrio, casa por casa, admirando las bibliotecas particulares que lucían algunos socios y que él aspiraba a tener en el futuro.



Carrión ha escrito un libro delicioso que tiene el poder de reconfortar, gracias a su lucidez intelectual, un libro que encandila y que ha provocado encendidos elogios por parte de la crítica especializada, como la del pope Alberto Manguel que le da su bendición y se atreve a afirmar: “Si hubiera librerías en la Antártica, sin duda Carrión la habría visitado para contarnos qué leen los pingüinos”.

jueves, 17 de octubre de 2013

Relatos luminosos


Eloy Tizón (Madrid, 1964) vuelve pletórico y luminoso al escenario literario después de un paréntesis largo de siete años de silencio. Regresa al género breve de nuevo con Técnicas de iluminación, editado por Páginas de Espuma, un formato que tantos parabienes le depararon con Velocidad de los jardines (1992) y Parpadeos (2006), y que tanto deslumbraron a sus lectores. Los libros de relatos de Tizón tienen delimitados un territorio propio e inconfundible, gracias a esa mirada lírica e intensa, que le aúpan casi a un mito de la literatura contemporánea en español. Al menos esta vez no tuvo que esperar catorce años en publicar cuentos, solo la mitad. El presente libro es la constatación del esmero y paciencia que el autor madrileño profesa a su escritura.

Técnicas de iluminación reúne diez historias protagonizadas por personajes sombríos y a la deriva en diferentes contextos vitales. En algunos de ellos predomina el dramatismo, en otros la ironía y el sentido del humor. En todos estos relatos sobresale la mirada poética de Tizón  para hablar del mundo y de las relaciones humanas que, pese a la adversidad, sus protagonistas mostrarán voluntad de sobreponerse y salir adelante. En el libro hay un eje conductor, un universo metafórico de búsqueda de luz, concebido como una colección conceptual de relatos, con una intención de inquietar y dejar inerme al lector. Uno se asombra con el sentimiento de culpa que algunos personajes manifiestan, quizás por la desubicación de los mismos ante lo sucedido. De manera que los personajes no cejan de interrogarse en esa desorientación hasta trasladar al lector sus dudas: en Fotosíntesis recrea los trastornos oníricos de Robert Walser para trasladarnos que “vivir es vibrar” a pesar de que “todos somos viudos de nuestra propia sombra”; en La calidad del aire el narrador plantea la dificultad de perderse y esquivar las caras de los amigos y familiares; en Los horarios cambiados sabremos qué significa la escritura para el personaje: “escribir no es ese espacio apropiado para instalarse en él durante largas temporadas, sino solo para hacer visitas breves, entrar y salir...” ; en cambio, en Volver de Oz entramos en un escenario crepuscular, en un contracuento infantil con un final nada feliz.

Cada una de estas historias narra un hecho insólito en el acontecer de sus protagonistas a pesar de que las acciones aparezcan a menudo inacabadas o con interrogantes que quedan en el tejado del lector para su resolución. Sin embargo, estas vidas grises tienen la aspiración de la redención. Crear historias complejas con pocos elementos, narrar en lo breve esa síntesis para que el lector se sumerja en el cuento y encuentre el sentido de lo escrito, ese es el desafío de Tizón. El resultado es este libro inmenso, en el que el escritor madrileño demuestra su oficio y madurez literaria.



En Técnicas de iluminación Eloy Tizón despliega todos sus mecanismos propios: escribir cada historia con el lenguaje al servicio de la voz narrativa, despojado de adornos, portátil, manejable, y con los elementos mínimos que precisa un escritor de su calidad: meticuloso de la palabra y el detalle, que sabe mirar lo diminuto para elevarlo a lo máximo.

sábado, 12 de octubre de 2013

La historia de un hombre común


Cuando atrapé entre mis manos el libro de Leila Guerriero (Junín, 1967), Una historia sencilla, publicado por Anagrama, supe nada más leer las primeras frases que, aquella crónica anunciada en el arranque de la novela, me iba a enganchar: por lo particular de un concurso nacional de baile y por lo recóndito de la competición, allá en las entrañas de un pequeño pueblo argentino de seis mil habitantes, Laborde. Tengo motivos personales para sentirme atrapado por estas historias y se justifican porque conozco muy de cerca los entresijos de competir en un escenario. Una experiencia imborrable, sobre todo, si se trata de la vida artística de tu propio hijo.

Yo, nada sabía de la existencia de una danza gaucha denominada malambo. Así que nada más iniciar la lectura no pude contenerme y me precipité al Youtube buscando algún vídeo sobre este baile. La sorpresa fue mayúscula: se trata de un baile viril, elegante y de un ritmo in crescendo excitante. Después de disfrutar de algunas de estas grabaciones, regresé a la historia con más ahínco e interés.

Hace unos años, Leila Guerriero quiso acercarse a Laborde para entender por qué esos hombres, nacidos en el seno de familias humildes, exponen su tiempo y dinero entrenándose durante años para alcanzar la gloria, conscientes de que esa cúspide, a su vez, se convertirá en el fin de sus carreras. Leila quería captar con sus cinco sentidos los secretos del festival, pero una de las noches que ve actuar a uno de los bailarines queda asombrada y decide que la historia que va a contar sea también la historia de ese hombre, Rodolfo González Alcántara. Guerriero logra con Una historia sencilla entusiasmarnos en esta crónica y nos ofrece un documental literario sobre el campeonato nacional de malambo, tan lleno de emociones, que no solo son vividas por sus protagonistas, sino especialmente por los familiares de los concursantes y los encendidos aficionados que acuden al certamen cada año desde todos los puntos y regiones del país. Leila nos descubre con su pluma mágica de cronista el secreto del malambo, después nos muestra a los artífices del secreto para desvelarnos que lo mejor de ese secreto es la posibilidad de alcanzarlo.

Una historia sencilla es la épica de un hombre común ambientada en el corazón de la pampa argentina, donde la tradición, el folclore, el paisaje y paisanaje caminan altivos por sus entrañas, que tendrá que luchar como un atleta, hasta la extenuación, para poder alcanzar la batalla final: un zapateado de cinco minutos que le lleve a la gloria. Todo lo que cuenta este reportaje narrativo sucede durante una semana, en una competición durísima y exigente que premiará al mejor bailador de malambo del año. Podemos percibir las palpitaciones de los protagonistas porque Guerriero nos conduce entre el gentío del festival, en un acercamiento tan íntimo que consigue que el lector se convierta en un espectador más.


Lo que sobresale en la escritura de Laila es el clima, el tono que luce en el texto como fundamento de la información que va transmitiendo. Este aspecto está muy bien cuidado por la periodista argentina. Además, existe una apuesta de Guerriero para que su crónica no olvide su fundamento, que no es otro que contar una historia donde los personajes pongan el alma y la vida, llámese Rodolfo González, Tonchi o Sebastián Sayago.

Una historia sencilla es una novela maravillosa, con una prosa precisa e íntima que logra conmover. El resultado es notable: Leila Guerriero es capaz de entusiasmarnos con la particularidad de un baile autóctono, hasta el punto de despertar emotivamente nuestro interés con la historia de un hombre común en la que no hay tragedias, solo sueños.


miércoles, 9 de octubre de 2013

El poder de reinventar


Mi vinculación lectora con Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) surgió por azar, allá por septiembre de 2005, cuando deambulaba por la mesa de novedades de la librería Fuentetaja, en Madrid, y se me vino a los ojos un título tan sugerente y significativo como El último lector. A los lectores, a veces, nos pasa que vivimos en un mundo paralelo y solemos imaginarnos que ese mundo, el de los libros, entra en nuestra realidad. Esa sensación la percibí al leer entre líneas el texto del argentino y no puse reparos a ese viaje apasionante que brindaba el libro sobre algunos modos de leer. A partir de esa experiencia, Piglia me atrapó y la lectura de sus libros se sucedieron de forma continuada. Fue un desembarco en toda regla; el botín literario merecía el abordaje. Su última novela, Blanco nocturno, una gozosa inventiva de pasiones y traiciones, me dejó tan entusiasmado que logró calmar mi reclamo de la vuelta deseada de su personaje Renzi, el otro Piglia.

De nuevo Piglia, o Renzi, regresa con El camino de Ida (editorial Anagrama), y nos conduce hasta un campus universitario. El camino de Ida es la autobiografía de Renzi cuando se va a Estados Unidos y allí vive unos episodios que lo marcan profundamente. Entonces, escribe esta novela que es el rastreo de aquella experiencia, que en algún punto se refiere a la propia vida de Ricardo Piglia. Cuenta en primera persona su llegada a la Universidad de Nueva Jersey, invitado por la bella profesora Ida Brown, para impartir un seminario sobre el escritor W.H. Hudson. Renzi llega a América recién divorciado y se verá cautivado por la atractiva y seductora Ida. La pasión lo arrastra, e inicia un romance clandestino con la controvertida profesora, hasta que sucede su trágica muerte, en un extraño accidente que parece conectado con los atentados ocurridos a otros colegas del mundo académico. Renzi, entonces, decide indagar si la brillante profesora Brown fue víctima de un atentado terrorista o si su relación con los sucesos fue de otra índole. Los dos primeros tercios de la novela relatan la laboriosa estancia de Renzi en la universidad; el resto es la historia del asesino, cuyo misterio se encarga Renzi de resolver. Munk, el asesino, es un personaje bien logrado por Piglia, inspirado en Theodore Kaczynski (1942), Unabomber (University Airline Bomber, sobrenombre que usaba el FBI para identificarlo), filósofo y doctor en matemáticas, que entre la década de los ochenta y noventa, comenzó a enviar cartas bombas a diferentes casas de estudios y compañías aéreas para alertar a la sociedad de los peligros inminentes de los avances de la tecnología. El FBI lo buscó durante 20 años y solo lo encontraron porque su hermano lo delató.
Theodore Kaczynski

Piglia consigue en esta novela una escritura hipnótica donde se van sucediendo diferentes peripecias, e incluso la intriga se hace patente en una trama que se vierte al género negro, con policías, agentes del FBI, un detective contratado por Emilio Renzi en Nueva York que le ayudará y le dará pistas sobre el significado de la violencia norteamericana... El camino de Ida es su quinta novela y toca asuntos tan controvertidos como espinosos de la sociedad actual: la problemática del lenguaje y la violencia, la crítica social al capitalismo, la austeridad como resistencia, la insurrección contra el mundo de la ciencia y la industria... Dice Piglia que le gusta empezar una novela a partir de algo que él mismo quiere averiguar. Por eso está convencido de que el género que mejor retrata el mundo de la corrupción del sistema capitalista es el policial, un género que mira a la sociedad desde el crimen. Otra de las cosas importantes que sostiene el profesor argentino en esta novela es ese halo de clandestinidad tanto sexual como política: la doble vida. Y afirma que: “la sexualidad siempre tiene algo de doble vida porque siempre te escondes un poco.”


Ricardo Piglia constata una vez más lo que tanto ha referido sobre lo que solía decir su padre: “Narrar es como jugar al póquer: el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad.” Esta es una de las claves de la dimensión literaria del autor de Plata quemada, una inventiva que debe medirse a partir de la extensa red de lecturas que generan sus libros y del estilo elegante de su escritura que nunca olvida entretener. En este sentido, no cabe duda de que Piglia regresa triunfante con El camino de Ida, un relato reflexivo y apasionado, para lograr nuevamente la complicidad de sus lectores.

domingo, 6 de octubre de 2013

El deseo de escribir


Dice José Antonio Marina (Toledo, 1939) que “crear es inventar posibilidades”, y lo afirma convencido, porque en el tema de la creatividad, este catedrático de filosofía lleva años obsesionado. Marina nos sorprendió en 1992 con la publicación de Elogio y refutación del ingenio, obra ganadora del Premio Anagrama de Ensayo, en la que el profesor manchego experimenta de manera amena y divertida sobre el juego de la inteligencia, una inteligencia –afirma– que desborda porque el mayor atributo que convierte a la humanidad en el rango superior de la Naturaleza es que el hombre posee una inteligencia creadora, es más, la creación de novedades es una exclusividad humana. En este libro, Marina nos viene a decir que la creatividad es una manera de resolver problemas, de aplicar recetas a cuestiones cuya solución no sabemos bien, porque surgen nuevas dificultades o porque las fórmulas viejas ya no dan resultados.

José Antonio Marina
Recientemente, en junio de este año, Marina sacó a la luz, en la misma vertiente de generación creativa, un nuevo libro, titulado La creatividad literaria (editorial Ariel), en colaboración con Álvaro Pombo (Santander, 1939), para abordar que en el arte de la escritura también se encuentra inmerso ese “inventar posibilidades”, y como tal, precisa de hábitos y herramientas, no solo de inspiración y genialidad. Y estos hábitos, vienen a decirnos, se pueden aprender igualmente en el terreno literario. Este libro, escrito a dos manos por José Antonio Marina y Álvaro Pombo, nada tiene que ver con un manual de procedimientos, ni mucho menos con un texto de autoayuda. La creatividad literaria se aproxima más a un ensayo filosófico que a un tratado sobre el oficio de escribir. No parece que las pretensiones de Marina y Pombo sean desembocar en un taller de escritura propiamente dicho, sino en mostrar al lector el convencimiento de ambos sobre la magia y fascinación que genera la creación literaria. Y así, cogidos de la mano, el novelista y el pedagogo proponen una lectura del libro diferente, según quien hable: Pombo, más concentrado en descubrir el misterio de la creación y Marina, en aflorar los mecanismos de ese misterio.

Álvaro Pombo
A Marina y a Pombo les separan tantas cosas como las que les unen: nacidos el mismo año, compañeros de colegio, ambos interesados en la filosofía, tertulianos en distintos medios, uno militante político, otro crítico activo de la política, pero igualmente exitosos en sus diferentes carreras literarias: Pombo en la novela, Marina en el ensayo. Estas coincidencias y diferencias son todo un acicate que se traslucen en los diálogos tan enriquecedores y amenos surgidos entre ellos en las páginas de este ensayo. El texto de La creatividad literaria está escrito con una voluntad creativa intencionada, utilizando una tercera voz narrativa como hilo conductor de estas conversaciones vivas e intensas entre el elogio del talento y la apuesta del entrenamiento de la escritura. El hábito creativo sería el fiel de la balanza para aceptar que se puede aprender a escribir con un nivel de corrección aceptable, aunque, ciertamente, el libro no indaga en el aprendizaje de la excelencia literaria, un vericueto complicadísimo, pero sí revela indicios y sugerencias sobre la estética de la creación literaria y la ética de la inventiva por medio de alusiones y referencias de grandes de las Letras como: Rilke, Rimbaud, Kafka, Dostoievski, Thomas Mann, Vargas Llosa...

La creatividad literaria es un texto con unos diálogos vivísimos y muy interesantes, dirigido a todo el que tenga fascinación por la literatura en general y, especialmente, para aquellos letraheridos con cierta propensión a la escritura como experiencia literaria. Un libro que apunta sobre las posibilidades que otorgan al ser humano el irresistible deseo de escribir.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Constelación microscópica


La vuelta a las distancias cortas de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), con su nueva colección de cuentos, es todo un acontecimiento literario para los amantes del género breve. El escritor andaluz experimenta con el microrrelato para dar a conocer un mundo imaginario, plagado de fantasía, que requiere la complicidad interactiva del lector. Un título extensísimo, que es un párrafo y que supera de largo a algunos de los microrrelatos que aguardan el interior de sus páginas.

Con El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013), Muñoz Rengel logra vaciar todo su universo imaginario narrando toda su fantasía soñada y pensada de una manera unitaria. Tiene una estructura bien definida: una primera parte denominada Urbi, una segunda, titulada Orbe y, por último, una tercera parte llamada Extramundi, que de alguna manera reproducen el juego de las pequeñas historias que contiene el libro. Los micros englobados en Urbi hacen acopio de la actualidad urbana, con una mirada de extrañamiento y perplejidad, e incluso crítica social, hasta aterrizar en el absurdo. En Orbe el contenido es referido al mundo global, y aquí los microrrelatos recrean la historia mundial, las religiones y la ciencia. Por último en Extramundi, Muñoz Rengel da un paso al espacio exterior para introducirse en la ciencia ficción y soñar, sin ningún tipo de límites, con hipótesis sobre el más allá y criaturas alienígenas.

El libro de los pequeños milagros es un libro de nuestro tiempo, de la crisis, de las cuestionadas nuevas tecnologías, de las sinrazones históricas y de las aberraciones religiosas. Un libro que insiste en la impostura del hombre moderno que no se atreve a abrir los ojos a la verdadera realidad. 100 microhistorias desbordantes de ideas, de imágenes ocultas, metáforas sin muro desperdigadas por las ciudades, por el mundo y por el firmamento.



Juan Jacinto ha escrito su primer libro de microrrelatos en estado de gracia y eso que ésta es una vertiente donde el escritor asume mucho riesgo con el lector, pero que parece no importarle por el derroche de libertad creativa y destructiva que ofrece este subgénero.

 El lector que sea capaz de conectar con el mundo imaginario de Muñoz Rengel disfrutará con el juego propuesto y no pondrá reparos a las paradojas y extrañamientos que se va a encontrar en estas milagrosas historias mínimas.