En el verano de 1936, se reúnen en la ciudad balnearia de Ostende Stefan Zweig y Joseph Roth. Estos dos escritores amigos van acompañados de sus respectivas amantes en su deambular por este territorio, refugio para tantos intelectuales centroeuropeos que llegan huyendo de la adversidad y del momento enrarecido que atraviesan Alemania y Austria.
Para
Zweig, un tipo fino, que rezuma
bondad y filantropía, hace años que el pesimismo se ha instalando profundamente
en su alma agitada. Pero esto no le impide seguir escribiendo porque para él no
cabe vida sin culpa, y la escritura es una necesidad imperiosa, la única capaz
de darle sentido a su existencia. En cambio, la inteligencia de Roth es clara y penetrante, y lo ve
todo con suma nitidez, tanto su propio hundimiento, como el del mundo que le
rodea. Para eso es uno escritor
–subraya– para poder ver el mundo de otro
modo, para poder desearlo y describirlo distinto de lo que es, y de lo que será.
Volker Weidermann (1969, Darmstadt,
Hesse, Alemania), periodista y ensayista, redactor jefe del suplemento cultural
Frankfurter Allgemeine Zeitung,
revive con maestría la relación sellada de estas dos figuras de incuestionable
relevancia intelectual en la cultura europea del siglo XX en un ensayo
histórico y biográfico, focalizado en la amistad profunda y sincera que los unía.
Ostende
(Alianza, 2015) es un texto híbrido de narrativa y ensayo documental que recrea
la estancia de un grupo de intelectuales, la mayoría judíos, en las playas y
cafés de esta acogedora ciudad flamenca, todos ellos preocupados y pendientes
de los acontecimientos que depararían aquel período turbulento de mediados de
la década de 1930 en Alemania y que arrastraría al resto de Europa a otra
terrible guerra mundial. Para Zweig
, Bélgica era un país venerado al que le tenía un cariño especial por su
energía y vida intensa, además de su posición neutral en los vaivenes políticos
europeos.
La
amistad de Zweig y Roth es conocida como insólita entre
escritores, una relación basada en el interés sin cortapisas de uno por el
otro; por la obra, la escritura y la vida. Eran sinceros en extremo, nos cuenta
Weidermann, ya fuera en el elogio,
como en la crítica. Zweig, hombre
confiado, optimista y comprometido con la cultura, Roth, en cambio, enemigo del compromiso, sagaz y pesimista hasta la
saciedad, encontraba su lucidez en sus excesos con el alcohol. Stefan vivía en la abundancia, Joseph llevaba una vida pobre y
miserable condicionada por la bebida. Zweig
ejercía de protector de la vida desamparada de su amigo y le prohibía beber, le
pagaba el hotel y se ocupaba de su vida menesterosa. En suma, una amistad sin
precedentes entre colegas de esta profesión tan particular, egocéntrica y
compleja.
Stefan Zweig y Joseph Roth |
Weidermann no ha necesitado más que
ciento cincuenta páginas para entregarnos una crónica amena y sencilla sobre un
período convulso de la historia del siglo pasado, una época de luchas
ideológicas y aplastamiento de todo un continente. Los que llegaron a Ostende
eran hombres y mujeres libres que se opusieron a esa debacle anunciada. En
aquel verano de 1936, dos escritores se despidieron para siempre, dos amigos
apátridas emprendieron la recta final de sus trágicos destinos. El autor alemán
ha escrito un libro que conmueve e ilustra.
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