lunes, 4 de mayo de 2015

Amigos apátridas

En el verano de 1936, se reúnen en la ciudad balnearia de Ostende Stefan Zweig y Joseph Roth. Estos dos escritores amigos van acompañados de sus respectivas amantes en su deambular por este territorio, refugio para tantos intelectuales centroeuropeos que llegan huyendo de la adversidad y del momento enrarecido que atraviesan Alemania y Austria.

Para Zweig, un tipo fino, que rezuma bondad y filantropía, hace años que el pesimismo se ha instalando profundamente en su alma agitada. Pero esto no le impide seguir escribiendo porque para él no cabe vida sin culpa, y la escritura es una necesidad imperiosa, la única capaz de darle sentido a su existencia. En cambio, la inteligencia de Roth es clara y penetrante, y lo ve todo con suma nitidez, tanto su propio hundimiento, como el del mundo que le rodea. Para eso es uno escritor –subraya– para poder ver el mundo de otro modo, para poder desearlo y describirlo distinto de lo que es, y de lo que será.

Volker Weidermann (1969, Darmstadt, Hesse, Alemania), periodista y ensayista, redactor jefe del suplemento cultural Frankfurter Allgemeine Zeitung, revive con maestría la relación sellada de estas dos figuras de incuestionable relevancia intelectual en la cultura europea del siglo XX en un ensayo histórico y biográfico, focalizado en la amistad profunda y sincera que los unía.

Ostende (Alianza, 2015) es un texto híbrido de narrativa y ensayo documental que recrea la estancia de un grupo de intelectuales, la mayoría judíos, en las playas y cafés de esta acogedora ciudad flamenca, todos ellos preocupados y pendientes de los acontecimientos que depararían aquel período turbulento de mediados de la década de 1930 en Alemania y que arrastraría al resto de Europa a otra terrible guerra mundial. Para Zweig , Bélgica era un país venerado al que le tenía un cariño especial por su energía y vida intensa, además de su posición neutral en los vaivenes políticos europeos.

La amistad de Zweig y Roth es conocida como insólita entre escritores, una relación basada en el interés sin cortapisas de uno por el otro; por la obra, la escritura y la vida. Eran sinceros en extremo, nos cuenta Weidermann, ya fuera en el elogio, como en la crítica. Zweig, hombre confiado, optimista y comprometido con la cultura, Roth, en cambio, enemigo del compromiso, sagaz y pesimista hasta la saciedad, encontraba su lucidez en sus excesos con el alcohol. Stefan vivía en la abundancia, Joseph llevaba una vida pobre y miserable condicionada por la bebida. Zweig ejercía de protector de la vida desamparada de su amigo y le prohibía beber, le pagaba el hotel y se ocupaba de su vida menesterosa. En suma, una amistad sin precedentes entre colegas de esta profesión tan particular, egocéntrica y compleja.

Stefan Zweig y Joseph Roth
Para ambos escritores austríacos, el enemigo es ciertamente el dogmatismo, de la clase que sea, esa ideología impuesta que persigue destruir a todos los demás pensamientos, pero es el corazón sentimental de Zweig el que afirma con dolor y melancolía que ellos, los exiliados que se resisten a esa dispersión originada por la barbarie que se avecina, lamentablemente no llegarán a viejos.


Weidermann no ha necesitado más que ciento cincuenta páginas para entregarnos una crónica amena y sencilla sobre un período convulso de la historia del siglo pasado, una época de luchas ideológicas y aplastamiento de todo un continente. Los que llegaron a Ostende eran hombres y mujeres libres que se opusieron a esa debacle anunciada. En aquel verano de 1936, dos escritores se despidieron para siempre, dos amigos apátridas emprendieron la recta final de sus trágicos destinos. El autor alemán ha escrito un libro que conmueve e ilustra.

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