Hay
poetas que nunca tienen que preguntarse cuándo y dónde comenzará
el poema. Su intuición los orienta, van de la mente al papel y del
papel al mundo exterior para volver a pasar por el filtro de la
mente. De allí, surge natural el primer verso o el poema en ciernes.
Saben que todo lo que pasa frente a sus ojos y por sus emociones es
digno de ser apuntado. Incluso lo más irrelevante: unas palabras
escuchadas en un bar, la vaga sonrisa de una mujer, una calle
desierta, un banco vacío de una plaza, la niebla que está entrando
en la ciudad, una farola encendida o la lluvia que cae sobre la
acera, pueden dar pie a la aparición del poema.
La
poesía de Karmelo C. Iribarren
(San Sebastián, 1959) encaja perfectamente en ese prototipo de
creación. El poeta vasco frecuenta esa manera de indagación
creativa, esa forma de ver la parte oculta de lo que está delante de
sus ojos. A este respecto, el profesor de literatura Pablo
Macías en su reciente libro
Otra manera de decirlo (Renacimiento,
2017), un estudio
riguroso sobre la trayectoria y obra del escritor donostiarra, indica
que a esa pulsión creadora suya hay que añadir lo que el propio
poeta dice acerca de lo que su poesía persigue: “Contar mi vida, o
la de alguien muy parecido a mí, de manera que el lector pueda creer
que le estoy contando la suya”.
La
trayectoria literaria de Iribarren
lleva consigo unas referencias que se han de situar en poetas como
Bukowski y Carver
entre los maestros del realismo sucio y en Ángel González,
Jaime Gil de Biedma,
Luis Alberto de Cuenca,
Luis Antonio de Villena
y en los poetas de la experiencia, de entre los que sobresale Roger
Wolfe. Pero, en realidad, su
quehacer poético no se ajusta a ninguno de los patrones antes
citados, ya que sus poemas llegan más allá de los poetas americanos
nombrados y su estilo es más condensado y con un registro rítmico
más acentuado que la mayoría de los poetas españoles afines.
El
poeta ha seguido por esa senda realista que ya inició con Bares
y noches (1993) y La
condición urbana (1995).
En el volumen Seguro que esta historia te suena
(2015) se encontraba
toda su obra completa hasta el momento de su publicación, donde se
puede comprobar la estela invariable seguida por el poeta a lo largo
de más de veinte años. Sus poemas siempre han tenido una historia
que contar, un argumento, un relato esbozado. Y hay que decir que
pocos poetas tienen tan presente en su obra su propia vida como
Iribarren. Cada poema
suyo es un trozo de su piel que ha ido trasplantando a la página en
blanco de su biografía. Por eso es tan importante hablar de su vida
cuando intentamos analizar su obra, ya que su temática le llega de
la propia experiencia cotidiana.
Sabemos
que tuvo una infancia muy dura, huérfano de padre pasó por un
orfelinato, y que se refugiaba en la lectura para escapar de sus días
tristes y anodinos. Contemplando lo que le rodeaba se evadía en la
realidad más hiriente, para viajar a un mundo de aristas más
amables de las que estaba viviendo en aquellos momentos. Después se
dedicó a las actividades laborales más diversas: albañil,
fontanero, vendedor de enciclopedias y camarero.
Sus
poemas siempre tienen un paisaje, un escenario: los parques, el paseo
marítimo, el río, la playa, la noche, las calles de su ciudad, las
aceras, el tren y el bar, y sus temas giran en torno a la soledad, el
amor, el deseo, el desamor, la infancia, la condición urbana, el
paso del tiempo, todo ello desde la perspectiva de un camarero que,
con visión ácida e irónica de la vida, escribe tras la barra del
bar en sus ratos libres. El bar es el mirador perfecto para un
observador agudo como él.
En
Mientras me alejo
(Visor, 2017), su última publicación, el protagonista de sus poemas
sigue siendo ese paseante urbano que recorre atento e insistentemente
las calles de Donosti a la espera de que una escena, una estampa o
una anécdota salten ante sus ojos y le ayuden a discernir el
significado de su existencia, pero ahora desde la perspectiva que da
la edad tardía: más melancólica, serena y atemperada por el paso
del tiempo.
Su
nuevo poemario consta de cincuenta y cinco piezas, de entre las que
se separa la última, Un
mal ejemplo, un poema en
el que se resume su tarea poética y la brújula vital que le ha
traído hasta la aceptación de ser el hombre maduro que ahora es,
exiliado en su interior, como afirma en uno de sus versos. Los poemas
del libro denotan la evolución del escritor que ahora tiene una
visión más resignada, aunque sin perder el punto de rebeldía que
siempre le acompañó. En este libro habla más de la familia, de su
mujer, el alcohol queda más distante, los ancianos del parque nos
muestran las miserias de la edad que el poeta siente como suya, el
amor y el desamor, que tantas veces vienen a ser lo mismo, no deja de
estar tamizado por la ternura, y la soledad de antes se ha hecho como
más colectiva.
Iribarren
sigue todavía con mucha cuerda, haciendo gala de esa forma singular
de concebir su poesía despojada de toda retórica y, a su vez, bien
armada de nihilismo, pero más apacible, con ese toque de cierta
tristeza y melancolía, la de un hombre que se ve afectado por la
lenta derrota de los años que todo lo atemperan, y acepta su
destino.
Dice
Luis Alberto de Cuenca
en el prólogo que el nuevo libro de Karmelo
es “tan sabio, sencillo, efectivo y emocionante como los
anteriores”, y opino, como lector y seguidor de su obra, que lo
dicho por el prologuista resume perfectamente su quehacer literario,
pero me atrevo a añadir que Mientras me alejo
es su libro más hermoso, profundo y emotivo. Quizá, lo mejor que he
leído suyo.