Cuando
lo vi en la mesa de novedades, me lo llevé a casa. Conocía al
escritor colombiano por la única novela que leí de su autoría: Los
ejércitos (2007), una historia de violencia y desapariciones
en la que Evelio Rosero (Bogotá, 1958) explora la barbarie y
el estado de indefensión en que se encuentran los habitantes de un
pueblo tomado por las armas. Pero es que, además, el título de la
nueva publicación me atraía sobremanera: Plegaria por un papa
envenenado (Edit. Tusquets). De manera que el buen
recuerdo de Los ejércitos y mi interés por la
historia de Albino Luciani, el fugaz y malogrado papa Juan
Pablo I, me espolearon a sumergirme en las insidias vaticanas
alrededor de la muerte del pontífice.
Rosero
muestra a Luciani como el cura sencillo de la más humilde
parroquia. Un hombre piadoso, atareado en ayudar a los pobres,
acostumbrado a las pequeñas cosas y entregado a la lectura y al
silencio. Pero aquel fatídico día de septiembre de 1978, Albino
Luciani fue encontrado muerto por Sor Vicenza, a los 66 años de
edad, solo treinta y tres días después de su nombramiento como
papa. La trama secreta de este fatal desenlace es recreada por el
narrador mediante un artefacto literario que recuerda a la técnica
del teatro clásico griego: un coro de viejas prostitutas de Venecia
se dirije al protagonista de la historia y le airea el devenir de su
tragedia.
Plegaria
por un papa envenenado es un alegato en el que se plasma cómo
toda la filosofía de un nuevo papa, resumida en un pontificado de
humildad, se rebelará contra los intereses oscuros de algunos
miembros de la curia romana que manejaban los fondos de la
todapoderosa Banca Vaticana. Evelio Rosero monta una evocación
literaria sobre las intrigas del Vaticano y le da crédito a Luciani
por haberse mantenido firme y dispuesto a atajar los tejemanejes
financieros que se producían en el seno de su iglesia infectada de
dólares procedentes de la mafia.
Esto
es en sí el escenario de la novela y el enfoque argumental que
encierra. Sin embargo, los recursos utilizados por el autor, como la
fragmentación temporal o el uso anteriormente nombrado del coro de
las viejas venecianas que vocifera y modifica la línea argumental
del narrador, no parecen que aunen la fuerza narrativa que demanda la
historia, más bien la inhabilitan. Pero lo que realmente se echa en
falta es la veracidad de los personajes que aparecen: Luciani
habla en un lenguaje poco concreto, es como un eco del propio
narrador, y no digamos de su antagonista, el cardenal Marcinkus,
que solo se deja ver como un malvado por referencias, pero ni actúa
ni tiene voz propia. Y podíamos seguir con el resto de los
personajes que apenas tienen apariciones en la fabulación de la
historia.
Lo
que parecía un asunto con bastante munición para desplegar una
trama narrativa sustanciosa, el escritor abandona esa ambición y nos
ofrece un documental más cercano al género periodístico que a la
ficción; nada añade o modifica a lo que se sabía.
Plegaria
por un papa envenenado es una novela caduca que pasa más
bien por una necrológica extensa que viene a decirnos que, incluso
tratándose de obituarios, dios no siempre provee al escritor
desarmado.
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