martes, 4 de marzo de 2014

Dios no siempre provee


Cuando lo vi en la mesa de novedades, me lo llevé a casa. Conocía al escritor colombiano por la única novela que leí de su autoría: Los ejércitos (2007), una historia de violencia y desapariciones en la que Evelio Rosero (Bogotá, 1958) explora la barbarie y el estado de indefensión en que se encuentran los habitantes de un pueblo tomado por las armas. Pero es que, además, el título de la nueva publicación me atraía sobremanera: Plegaria por un papa envenenado (Edit. Tusquets). De manera que el buen recuerdo de Los ejércitos y mi interés por la historia de Albino Luciani, el fugaz y malogrado papa Juan Pablo I, me espolearon a sumergirme en las insidias vaticanas alrededor de la muerte del pontífice.

Rosero muestra a Luciani como el cura sencillo de la más humilde parroquia. Un hombre piadoso, atareado en ayudar a los pobres, acostumbrado a las pequeñas cosas y entregado a la lectura y al silencio. Pero aquel fatídico día de septiembre de 1978, Albino Luciani fue encontrado muerto por Sor Vicenza, a los 66 años de edad, solo treinta y tres días después de su nombramiento como papa. La trama secreta de este fatal desenlace es recreada por el narrador mediante un artefacto literario que recuerda a la técnica del teatro clásico griego: un coro de viejas prostitutas de Venecia se dirije al protagonista de la historia y le airea el devenir de su tragedia.

Plegaria por un papa envenenado es un alegato en el que se plasma cómo toda la filosofía de un nuevo papa, resumida en un pontificado de humildad, se rebelará contra los intereses oscuros de algunos miembros de la curia romana que manejaban los fondos de la todapoderosa Banca Vaticana. Evelio Rosero monta una evocación literaria sobre las intrigas del Vaticano y le da crédito a Luciani por haberse mantenido firme y dispuesto a atajar los tejemanejes financieros que se producían en el seno de su iglesia infectada de dólares procedentes de la mafia.

Esto es en sí el escenario de la novela y el enfoque argumental que encierra. Sin embargo, los recursos utilizados por el autor, como la fragmentación temporal o el uso anteriormente nombrado del coro de las viejas venecianas que vocifera y modifica la línea argumental del narrador, no parecen que aunen la fuerza narrativa que demanda la historia, más bien la inhabilitan. Pero lo que realmente se echa en falta es la veracidad de los personajes que aparecen: Luciani habla en un lenguaje poco concreto, es como un eco del propio narrador, y no digamos de su antagonista, el cardenal Marcinkus, que solo se deja ver como un malvado por referencias, pero ni actúa ni tiene voz propia. Y podíamos seguir con el resto de los personajes que apenas tienen apariciones en la fabulación de la historia.



Lo que parecía un asunto con bastante munición para desplegar una trama narrativa sustanciosa, el escritor abandona esa ambición y nos ofrece un documental más cercano al género periodístico que a la ficción; nada añade o modifica a lo que se sabía.

Plegaria por un papa envenenado es una novela caduca que pasa más bien por una necrológica extensa que viene a decirnos que, incluso tratándose de obituarios, dios no siempre provee al escritor desarmado.


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