viernes, 25 de julio de 2014

El monte y la poesía zen


En mi plan diario de lecturas, la poesía tiene su presencia predeterminada y cuenta con treinta minutos de consideración cada jornada. Lo más emocionante de esta tarea rutinaria brota cuando encuentro algunas veces, gracias al azar, nuevas publicaciones que me animan a postergar mi dilatada propensión a releer a los poetas de siempre. Del último feliz hallazgo vengo a esta bitácora con un libro de Vicente Gallego (Valencia, 1963), Cuaderno de brotes, editado por Pre-Textos en su colección La cruz del sur, un poemario singular y experimental en prosa.

Del escritor levantino, perteneciente a la generación poética de los ochenta, solo había leído, hace algo más de una década, su colección de poemas reunidos en Santa deriva, Premio de Poesía Fundación Loewe, un texto muy celebrado que, por aquel entonces, le aupó merecidamente a una mayor consideración por parte de la crítica y, sobre todo, al interés del público aficionado a este género tan sublime y complejo.

Cuaderno de brotes es un poemario de hospitalidad, de comunión con la naturaleza. Gallego escribe, en más de cincuenta fragmentos, una reflexión sobre el verdadero alcance de las fugacidades intermitentes que la vida mínima del día a día ofrece. Un libro con alma de experiencia en donde el poeta se muestra fútil ante la sencillez enorme de la naturaleza. Hay algo sagrado en estos poemas, nacidos de la meditación y el contacto con la tierra y sus elementos, que conmueve al leerlos.

Vicente Gallego explica con su Cuaderno de brotes ese nexo entre el hombre y el paisaje como sintonía necesaria para dar sentido a una existencia verdadera. Para el poeta valenciano, más zen ahora que nunca, la soledad consuela al hombre apartado que busca respuesta en el mundo físico que le rodea. Desde ahí adquiere un protagonismo esencial el monte, como refugio genuino, en el que no falta la presencia de plantas y árboles, animales y sombras, agua, luz y noche. El monte es su marquesado, como refleja el siguiente fragmento: ...”¡Yo no sé cómo soportas vivir aquí tan solo!”, le dijo alguien.”Yo no vivo aquí solo, vivo en la soledad enamorada”, le contestó. (pág.15).

Cuaderno de brotes está concebido como un diario poético de paseo y meditación: En cuanto encuentro unas horas disponibles, me meto en el bolsillo mi pequeño cuaderno y salgo a comer y beber campo, soles, aire lavado, porque algunas veces brota en la mañana una palabra verdadera, salta entre los matorrales, estalla en su vuelo torcaz la perdiz que nos pronuncia...(pág. 17).

Un libro de belleza contenida en la emoción de la observación y el susurro de los sentidos, un ejercicio espiritual de contemplación y goce que, a veces, coincide con la hora del ángelus: Como una pinza verde, sujetando ensimismada su devocionario y un extremo de mi estupor, reza la mantis. (pág. 23).

Claro está en estos fragmentos que la senda del poeta no tiene metas, sino que su esencia siempre es un camino, una experiencia: Conozco un camino que llega entre la fronda hasta el gran precipicio...Entre el norte y el sur, entre el cielo y la tierra no ha quedado un lugar donde el ser no se encuentre siendo nada, siendo uno...(pág. 66).

Vicente Gallego ha creado un sacerdocio poético con este Cuaderno de brotes, sin ostentaciones, buscando esa gracia interior de manos de la madre naturaleza: una verdadera paz y mansedumbre en compañía del monte y la poesía zen.

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