Cuando
Elena, la protagonista de Hablar solos, de
Andrés Neuman, confiesa al final del libro lo perdida que
anda entre el bosque de su biblioteca y el desierto de su casa
después de la muerte de su marido y afirma: “Cómo le hubiera
gustado a Mario este libro con cartas entre Chéjov y la actriz Olga
Knipper, conyuges a distancia. Él siempre de viaje, ella siempre en
el teatro. Los dos hablando de futuros reencuentros. Hasta que la
correspondencia se interrumpe. Y hacia el final, de pronto, como una
improvisación en medio de un escenario vacío, ella comienza a
escribirle a su difunto esposo...”, entonces
no me resistí hasta conseguir el ejemplar referido de la
correspondencia entre el escritor ruso y la diva del Teatro del Arte
de Moscú.
Correspondencia
(1899-1904), editado por
Páginas de Espuma,
son cartas entrañables, íntimas, donde el inicio del amor encendido
transmuta a un cariño que triunfa sobre el deseo. Ciertamente no son
cartas literarias, sino una correspondencia donde la improvisación y
la desnudez del alma de Antón
Chéjov y Olga
Knipper es notoria, con
un lenguaje sencillo, sin freno, de andar por casa. El propio
escritor utiliza términos como : ¡Saludos, mi alegría!,
¡querida, preciosa actriz!, ¡querido chorlito mío! Son
almas que se necesitan y ante la imposibilidad exigen la escritura
del otro. Ella le confiesa en una de sus cartas que “se
me hace más fácil vivir cuando me escribes”.
La
tuberculosis llevó a Chéjov
a vivir en soledad, muy alejado de la persona que amaba y lo suplió
con una correspondencia mantenida durante cinco años. En esta
obra se recoge una selección de las cartas y telegramas que el
narrador y dramaturgo intercambió con su esposa, la actriz
Olga Knipper,
que además puso en escena papeles de las últimas obras de Chéjov.
Curiosamente la familia del autor de La dama del perrito
no simpatizaba con Olga,
así que esta circunstancia deparó que el amor y matrimonio de ambos
se convirtiera casi en encuentros secretos.
En
estas cartas, donde los dos artistas conversan en la intimidad,
también hay espacio para hablar de lo que también les une, el
teatro, no en vano se conocieron en 1898 durante los ensayos de La
gaviota. Olga
estaba a punto de cumplir los treinta años y Chéjov
se acercaba a los cuarenta, reconocido autor de relatos y a punto de
alcanzar su primer gran éxito teatral.
Tras
la muerte de su marido, Olga
escribió durante unos meses un diario, con forma, en algunas
ocasiones, de carta escrita a
Chéjov, como si la muerte
de este no hubiera supuesto cambio alguno:”He esperado
mucho tiempo el día en que pudiera escribirte. Hoy, cuando fui a
Moscú y visité tu tumba...¡Si supieras cómo es!”.
Este
libro es un pequeño tesoro para saber más del
Chéjov dramaturgo y
también de la lucha del amor de dos artistas, a pesar de la
enfermedad y la distancia. Y como colofón a esta reseña no me puedo
resistir a hablar de Raymond
Carver, conocido como el
Chéjov americano. En
junio de 1996, según mis cuadernos de lecturas, leí una de las
últimas obras publicadas del cuentista americano, Tres
rosas amarillas, título que
reúne siete relatos extraordinarios. El que cierra esta antología
lleva el título que da nombre al volumen y reconstruye de manera
magistral los últimos días de Chéjov, y en el que alcanza cotas de auténtica genialidad, con una fuerza narrativa
hasta sus últimas consecuencias. En apenas veinte páginas Carver
es capaz de resumirnos con intensidad los últimos momentos de la
vida del escritor ruso que, antes de dar su último suspiro, solicita
celebrarlo con una botella del mejor champán y tres copas de cristal
tallado para los presentes: Olga,
el doctor Schwöhrer
y él mismo. Chéjov,
viendo cumplido su deseo,
hizo acopio de las fuerzas que le quedaban y dijo: “Hacía
tanto tiempo que no bebía champán...”
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