El
primer libro que leí de Roald Dahl (Llandaff, 1916-
Buckinghamshire, 1990) fue hace más de veinticinco años. Quiero
recordar que mi acercamiento al escritor galés fue por puro azar,
debido a la atractiva portada de Julio Vivas, que la editorial
Anagrama publicó bajo el título El gran cambiazo.
Los cuatro relatos recogidos en el libro, Switch Bitch,
en su edición original, que fueron galardonados con el Gran Premio del Humor
Negro, me parecieron extraordinarios. Dahl presenta una receta
de humor llena de ternura y crueldad, muy bien elaborada y sazonada con talento
e imaginación abundante. El relato que da título a esta obra
describe la ingeniosa estratagema concebida por dos maridos
libertinos respecto a sus confiadas y exuberantes esposas. Roald
Dahl es un maestro en poner en evidencia las fisuras de la
normalidad y cómo en una situación aparentemente trivial se agazapa el horror. En estos relatos, Dahl propone unas
parábolas ácidas sobre la fragilidad del amor y la incertidumbre de
la existencia.
A
partir de esta lectura empecé a interesarme por toda su obra y
continué con Mi tío Oswald, el mejor fornicador de
todos los tiempos, según su sobrino, que es el encargado de transcribir sus diarios. Una
novela repleta de aventuras picarescas, a veces escabrosas, otras
delirantes, pero bajo un ritmo trepidante.
Roald
Dahl se consagró por su extraordinario ingenio, su destreza
narrativa, su dominio del humor negro y su capacidad innata para la
sorpresa, quizás la característica más sugerente para el lector entusiasta de sus textos y, también, para Alfred Hitchcock, que
adaptó para TV muchos de sus relatos. Gozó de una fama sin
precedentes como autor de libros para niños, como Matilda
o Charly y la fábrica de chocolate. Dhal pasó
su infancia en Inglaterra y, a los dieciocho años, se fue a trabajar
a la compañía de petróleo Shell en África. Cuando estalló la II
Guerra Mundial se alistó en la RAF como piloto de combate. A los
veintiséis años se trasladó a Washington D.C. y allí empezó su carrera
literaria. Su primer relato, que recogía su aventura en la guerra, se lo publicó el periódico The Saturday Evening Post,
y fue el inicio de su exitosa carrera. Una vida fascinante y
aventurera dentro de una mente que hervía imaginación y maestría
para contar historias extraordinarias.
Después
de establecerse como escritor para adultos, Roald Dahl empezó
en 1960 a escribir historias para niños mientras vivía en
Inglaterra con su familia. Sus primeros relatos estaban dirigidos a
sus propios hijos, como entretenimiento, y a quienes dedicó muchos
de ellos.
La
editorial Alfaguara ha publicado recientemente Cuentos
Completos, una obra que contiene cincuenta y cinco relatos
hipnotizadores que embaucan al lector para que sea cómplice del narrador
hasta el desenlace brutal e inesperado de la trama de cada historia.
Dahl posee un estilo subversivo que irrumpe en nuestra mente
de la manera más directa posible: son narraciones secas, ingeniosas
y carentes de sentimentalismo. Si Stephen King pudiera
escribir con precisión criminal nos habría sorprendido con La
patrona (The Landlady), la historia de una casa del
extrarradio con una misteriosa propietaria que acoge a una escasa y permanente
clientela. Si Clive Barker tuviera sentido del humor, podría
haber escrito Cerdo (Pig), una mirada cómica y brutal
sobre la cocina vegetariana. Y con un poco de sangre fría, Borges
habría imaginado al fanático jugador de Un hombre del Sur
(Man from the South) que apuesta asiendo en sus manos un martillo y un cuchillo de
carnicero. Sin embargo, estos relatos y todos los que configuran esta
antología fueron concebidos por la mente y la astucia de Roald
Dhal, un genio del horror, lo grotesco y lo inesperado. En el
último relato de esta colosal edición de sus Cuentos
Completos, titulado Racha de suerte
(cómo me hice escritor), el británico narra cómo
se convirtió en escritor profesional. Para él, lo más importante y
difícil de escribir historias inventadas, consistía en encontrar el
argumento. Y afirmaba : los argumentos buenos y originales son
difíciles de encontrar, porque un buen argumento es como un sueño,
si no lo escribes al despertar, lo más probable es que lo olvides y
con frecuencia basta con una sola palabra.
Un
aspecto que gusta mucho del escritor galés es que tiene por norma
no mostrarse como intruso en lo que cuenta y para ello se aparta de
las consideraciones morales de sus personajes. Dhal no es
cruel, aunque experimentó alguna crueldad en su vida, por eso no
tiene problemas en mostrar quién es el malvado en un cuento y se
aparta por comprenderlo, y no trata de justificarlo. Tiene claro que
para que haya un vencedor se requiere un perdedor y que para que
exista el bien ha de existir el mal. Y así, para provocar inquietud
en el lector, Dahl enfrenta a los personajes a situaciones
morbosas e incluso macabras. Una de las características más
significativas de su escritura es la capacidad de manejar al lector
en el desarrollo de sus cuentos. Podemos inmiscuirnos en la venganza,
el desprecio, el rencor y el odio hasta el punto de que compartamos
la inevitable ferocidad del castigo para aliviarnos. Su estilo
directo, elocuente, seco, expresivo y vivo, con un humor ácido y
negro, siempre ha cautivado a sus lectores. Roald Dahl es un escritor de relatos directo y cercano. Esta edición completa de sus cuentos es todo un acontecimiento literario que hay que celebrar como se merece.